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INMERSIÓN
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MESÍAS
1:14–2:8
judía y cómo perseguí con violencia a la iglesia de D
ios. Hice todo lo po
sible por destruirla. Yo superaba ampliamente a mis compatriotas judíos
en mi celo por las tradiciones de mis antepasados.
Pero aun antes de que yo naciera, Dios me eligió y me llamó por su
gracia maravillosa. Luego le agradó revelarme a su H
ijo para que yo pro
clamara a los gentiles la Buena Noticia acerca de J esús.
Cuando esto sucedió, no me apresuré a consultar con ningún ser
humano. Tampoco subí a Jerusalén para pedir consejo de los que eran
apóstoles antes que yo. En cambio, me fui a la región de Arabia y después
regresé a la ciudad de Damasco.
Luego, tres años más tarde, fui a Jerusalén para conocer a Pedro y me
quedé quince días con él. El único otro apóstol que conocí en esos días
fue Santiago, el hermano del S eñor. Declaro delante de D
ios que no es
mentira lo que les escribo.
Después de esa visita, me dirigí al norte, a las provincias de Siria y Ci
licia. Y aun así, las iglesias en Cristo que están en Judea todavía no me
conocían personalmente. Todo lo que sabían de mí era lo que la gente
decía: «¡El que antes nos perseguía ahora predica la misma fe que trataba
de destruir!». Y alababan a Dios por causa de mí.
Luego, catorce años más tarde, regresé a Jerusalén, esta vez con Bernabé;
y Tito también vino. Fui a Jerusalén, porque Dios me reveló que debía
hacerlo. Durante mi tiempo allí, me reuní en privado con los que eran
reconocidos como los dirigentes de la iglesia y les presenté el mensaje que
predico a los gentiles. Quería asegurarme de que estábamos de acuerdo,
porque temía que todos mis esfuerzos hubieran sido inútiles y que estaba
corriendo la carrera en vano. Sin embargo, ellos me respaldaron y ni si
quiera exigieron que mi compañero Tito se circuncidara, a pesar de que
era griego.
Incluso esa cuestión surgió solo a causa de unos supuestos creyen
tes —en realidad, falsos— que se habían infiltrado entre nosotros. Se
metieron en secreto para espiarnos y privarnos de la libertad que tene
mos en C
risto J esús. Pues querían esclavizarnos y obligarnos a seguir
los reglamentos judíos, pero no nos doblegamos ante ellos ni por un
solo instante. Queríamos preservar la verdad del mensaje del evangelio
para ustedes.
Los líderes de la iglesia no tenían nada que agregar a lo que yo predicaba.
(Dicho sea de paso, su fama de grandes líderes a mí no me afectó para
nada, porque Dios no tiene favoritos). Al contrario, ellos comprendieron
que Dios me había dado la responsabilidad de predicar el evangelio a los
gentiles tal como le había dado a Pedro la responsabilidad de predicar a
los judíos. Pues el mismo D
ios que actuaba por medio de Pedro, apóstol a
los judíos, también actuaba por medio de mí, apóstol a los gentiles.
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