Inmersion Mesias - Flipbook - Página 128
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INMERSIÓN
•
MESÍAS
27:13-32
Cuando un viento suave comenzó a soplar desde el sur, los marineros
pensaron que podrían llegar a salvo. Entonces levaron anclas y navegaron
cerca de la costa de Creta; pero el clima cambió abruptamente, y un viento
huracanado (llamado «Nororiente») sopló sobre la isla y nos empujó a
mar abierto. Los marineros no pudieron girar el barco para hacerle frente
al viento, así que se dieron por vencidos y se dejaron llevar por la tormenta.
Navegamos al resguardo del lado con menos viento de una pequeña
isla llamada Cauda, donde con gran dificultad subimos a bordo el bote
salvavidas que era remolcado por el barco. Después los marineros ataron
cuerdas alrededor del casco del barco para reforzarlo. Tenían miedo de
que el barco fuera llevado a los bancos de arena de Sirte, frente a la costa
africana, así que bajaron el ancla flotante para disminuir la velocidad del
barco y se dejaron llevar por el viento.
El próximo día, como la fuerza del vendaval seguía azotando el barco, la
tripulación comenzó a echar la carga por la borda. Luego, al día siguiente,
hasta arrojaron al agua parte del equipo del barco. La gran tempestad rugió
durante muchos días, ocultó el sol y las estrellas, hasta que al final se perdió
toda esperanza.
Nadie había comido en mucho tiempo. Finalmente, Pablo reunió a la
tripulación y le dijo: «
Señores, ustedes debieran haberme escuchado al
principio y no haber salido de Creta. Así se hubieran evitado todos estos
daños y pérdidas. ¡Pero anímense! Ninguno de ustedes perderá la vida,
aunque el barco se hundirá. Pues anoche un ángel del Dios a quien per
tenezco y a quien sirvo estuvo a mi lado y dijo: “¡Pablo, no temas, porque
ciertamente serás juzgado ante el César! Además, Dios, en su bondad,
ha concedido protección a todos los que navegan contigo”. Así que, ¡aní
mense! Pues yo le creo a Dios. Sucederá tal como él lo dijo, pero seremos
náufragos en una isla».
Como a la medianoche de la decimocuarta noche de la tormenta,
mientras los vientos nos empujaban por el mar Adriático, los marineros
presintieron que había tierra cerca. Arrojaron una cuerda con una pesa
y descubrieron que el agua tenía treinta y siete metros de profundidad.
Un poco después, volvieron a medir y vieron que solo había veintisiete
metros de profundidad. A la velocidad que íbamos, ellos tenían miedo de
que pronto fuéramos arrojados contra las rocas que estaban a lo largo de
la costa; así que echaron cuatro anclas desde la parte trasera del barco y
rezaron que amaneciera.
Luego los marineros trataron de abandonar el barco; bajaron el bote
salvavidas como si estuvieran echando anclas desde la parte delantera del
barco. Así que Pablo les dijo al oficial al mando y a los soldados: «Todos
ustedes morirán a menos que los marineros se queden a bordo». Entonces
los soldados cortaron las cuerdas del bote salvavidas y lo dejaron a la deriva.
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