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INMERSIÓN
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MESÍAS
21:21-36
muy en serio la ley de M
oisés; pero se les ha dicho a los creyentes judíos
de aquí, de Jerusalén, que tú enseñas a todos los judíos que viven entre los
gentiles que abandonen la ley de Moisés. Ellos han oído que les enseñas
que no circunciden a sus hijos ni que practiquen otras costumbres judías.
¿Qué debemos hacer? Seguramente se van a enterar de tu llegada.
»Queremos que hagas lo siguiente: hay entre nosotros cuatro hombres
que han cumplido su voto; acompáñalos al templo y participa con ellos
en la ceremonia de purificación, y paga tú los gastos para que se rapen la
cabeza según el ritual judío. Entonces todos sabrán que los rumores son
falsos y que tú mismo cumples las leyes judías.
»En cuanto a los creyentes gentiles, ellos deben hacer lo que ya les di
jimos en una carta: abstenerse de comer alimentos ofrecidos a ídolos, de
consumir sangre o la carne de animales estrangulados, y de la inmoralidad
sexual».
Así que, al día siguiente, Pablo fue al templo con los otros hombres. Ya
comenzado el ritual de purificación, anunció públicamente la fecha en que
se cumpliría el tiempo de los votos y se ofrecerían sacrificios por cada uno
de los hombres.
Cuando estaban por cumplirse los siete días del voto, unos judíos de
la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo e incitaron a una turba
en su contra. Lo agarraron mientras gritaban: «¡Hombres de Israel, ayú
dennos! Este es el hombre que predica en contra de nuestro pueblo en
todas partes y les dice a todos que desobedezcan las leyes judías. Habla
en contra del templo, ¡y hasta profana este lugar santo llevando gentiles
adentro!». (Pues más temprano ese mismo día lo habían visto en la ciudad
con Trófimo, un gentil de Éfeso, y supusieron que Pablo lo había llevado
al templo).
Toda la ciudad fue estremecida por estas acusaciones y se desencadenó
un gran disturbio. Agarraron a Pablo y lo arrastraron fuera del templo e
inmediatamente cerraron las puertas detrás de él. Cuando estaban a punto
de matarlo, le llegó al comandante del regimiento romano la noticia de que
toda Jerusalén estaba alborotada. De inmediato el comandante llamó a sus
soldados y oficiales y corrió entre la multitud. Cuando la turba vio que
venían el comandante y las tropas, dejaron de golpear a Pablo.
Luego el comandante lo arrestó y ordenó que lo sujetaran con dos ca
denas. Le preguntó a la multitud quién era él y qué había hecho. Unos
gritaban una cosa, y otros otra. Como no pudo averiguar la verdad entre
todo el alboroto y la confusión, ordenó que llevaran a Pablo a la fortaleza.
Cuando Pablo llegó a las escaleras, la turba se puso tan violenta que los
soldados tuvieron que levantarlo sobre sus hombros para protegerlo. Y la
multitud seguía gritando desde atrás: «¡Mátenlo! ¡Mátenlo!».
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