Inmersion Mesias - Flipbook - Página 109
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L U C A S – H echos
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Ellos le contestaron:
—Cree en el Señor Jesús y serás salvo, junto con todos los de tu casa.
Y le presentaron la palabra del Señor tanto a él como a todos los que
vivían en su casa. Aun a esa hora de la noche, el carcelero los atendió y les
lavó las heridas. Enseguida ellos lo bautizaron a él y a todos los de su casa.
El carcelero los llevó adentro de su casa y les dio de comer, y tanto él como
los de su casa se alegraron porque todos habían creído en Dios.
A la mañana siguiente, los funcionarios de la ciudad mandaron a la po
licía para que le dijera al carcelero: «¡Suelta a esos hombres!». Entonces
el carcelero le dijo a Pablo:
—Los funcionarios de la ciudad han dicho que tú y Silas quedan en
libertad. Vayan en paz.
Pero Pablo respondió:
—Ellos nos golpearon en público sin llevarnos a juicio y nos metie
ron en la cárcel, y nosotros somos ciudadanos romanos. ¿Ahora quieren
que nos vayamos a escondidas? ¡De ninguna manera! ¡Que vengan ellos
mismos a ponernos en libertad!
Cuando la policía dio su informe, los funcionarios de la ciudad se
alarmaron al enterarse de que Pablo y Silas eran ciudadanos romanos.
Entonces fueron a la cárcel y se disculparon con ellos. Luego los sacaron
de allí y les suplicaron que se fueran de la ciudad. Una vez que salieron
de la cárcel, Pablo y Silas regresaron a la casa de Lidia. Allí se reunieron
con los creyentes y los animaron una vez más. Después se fueron de la
ciudad.
Más tarde, Pablo y Silas pasaron por las ciudades de Anfípolis y Apolo
nia y llegaron a Tesalónica donde había una sinagoga judía. Como era
su costumbre, Pablo fue al servicio de la sinagoga y, durante tres días de
descanso seguidos, usó las Escrituras para razonar con la gente. Explicó
las profecías y demostró que el M
esías tenía que sufrir y resucitar de los
muertos. Decía: «Este Jesús, de quien les hablo, es el Mesías». Algunos
judíos que escuchaban fueron persuadidos y se unieron a Pablo y Silas,
junto con muchos hombres griegos temerosos de Dios y un gran número
de mujeres prominentes.
Entonces ciertos judíos tuvieron envidia y reunieron a unos alborota
dores de la plaza del mercado para que formaran una turba e iniciaran
un disturbio. Atacaron la casa de Jasón en busca de Pablo y Silas a fin de
sacarlos a rastras y entregarlos a la multitud. Como no los encontraron allí,
en su lugar sacaron arrastrando a Jasón y a algunos de los otros creyentes
y los llevaron al concejo de la ciudad. «Pablo y Silas han causado proble
mas por todo el mundo —gritaban—, y ahora están aquí perturbando
también nuestra ciudad. Y Jasón los ha recibido en su casa. Todos ellos
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