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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
8:12–9:12
para unirse y defender su vida. Se les permitía matar, masacrar y aniquilar
a cualquiera, de cualquier nacionalidad o provincia, que los atacara a ellos
o a sus esposas e hijos. También podían apoderarse de los bienes de sus
enemigos. El día escogido para llevar a cabo esa acción en todas las provincias del rey Jerjes fue el 7 de marzo del año siguiente.
En cada provincia debía emitirse una copia de ese decreto como ley y
proclamarse a todos los pueblos, para que los judíos estuvieran preparados para vengarse de sus enemigos el día señalado. Así que, impulsados
por el mandato del rey, los mensajeros salieron a toda prisa sobre caballos
rápidos, criados para el servicio del rey. Este mismo decreto también se
proclamó en la fortaleza de Susa.
Luego Mardoqueo salió de la presencia del rey vestido con el manto real
azul y blanco, con una gran corona de oro y con una capa de púrpura y lino
de la más alta calidad. La gente de Susa también celebró el nuevo decreto y
los judíos se llenaron de gozo y alegría y recibieron honra en todas partes.
En cada provincia y ciudad, en cada lugar donde llegaba el decreto del rey,
los judíos se alegraban mucho, festejaban a lo grande, y declararon día feriado y de celebración. También muchas personas del territorio se hicieron
judíos por temor a lo que pudieran hacerles los judíos.
Así que, el 7 de marzo, los dos decretos del rey entraron en vigencia. Ese
día, los enemigos de los judíos tenían la esperanza de dominarlos, pero
ocurrió todo lo contrario. Fueron los judíos quienes dominaron a sus enemigos. Los judíos se reunieron en sus ciudades, en todas las provincias
del rey, para atacar a todo el que intentara hacerles daño; pero nadie pudo
hacerles frente porque todos les tenían miedo. Además, todos los nobles
de las provincias, los funcionarios de más alta posición, los gobernadores
y los funcionarios reales ayudaron a los judíos por temor a Mardoqueo.
Pues a Mardoqueo lo habían ascendido a un alto cargo en el palacio del
rey, y su fama se extendía por todas las provincias a medida que se hacía
más y más poderoso.
Así que, el día señalado, los judíos hirieron de muerte a sus enemigos a
filo de espada. Mataron y aniquilaron a sus enemigos e hicieron lo que quisieron con quienes los odiaban. En la propia fortaleza de Susa, los judíos
mataron a quinientos hombres. También mataron a Parsandata, a Dalfón,
a Aspata, a Porata, a Adalía, a Aridata, a Parmasta, a Arisai, a Aridai y a Vaizata: los diez hijos de Amán, hijo de Hamedata, el enemigo de los judíos;
pero no se quedaron con ninguna de sus pertenencias.
Ese mismo día, cuando se le informó al rey el número de muertos en la
fortaleza de Susa, hizo llamar a la reina Ester y le dijo:
—Los judíos mataron a quinientos hombres solo en la fortaleza de Susa,
además de los diez hijos de Amán. Si aquí hicieron eso, ¿qué habrá pasado