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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
6:10–7:8
rey quiere honrar y lo paseen por la plaza de la ciudad en el caballo del rey.
Durante el paseo, que el funcionario anuncie a viva voz: “¡Esto es lo que
el rey hace a quien él quiere honrar!”.
—¡Perfecto! —le dijo el rey a Amán—. ¡Rápido! Lleva mi manto y mi
caballo, y haz todo lo que has dicho con Mardoqueo, el judío que se sienta
a la puerta del palacio. ¡No pierdas ni un detalle de lo que has sugerido!
Entonces Amán tomó el manto y se lo puso a Mardoqueo, lo hizo montar el caballo del rey, y lo paseó por la plaza de la ciudad, gritando: «¡Esto
es lo que el rey hace a quien él quiere honrar!». Después Mardoqueo regresó a la puerta del palacio, mientras que Amán se apresuró a volver a su
casa desalentado y totalmente humillado.
Cuando Amán le contó a su esposa, Zeres, y a todos sus amigos lo que
había sucedido, sus sabios consejeros y su esposa dijeron: «Ya que Mardoqueo —este hombre que te ha humillado— es de origen judío, jamás tendrás éxito con tus planes contra él. Será tu ruina seguir oponiéndote a él».
Mientras estaban hablando, llegaron los eunucos del rey y enseguida se
llevaron a Amán al banquete que Ester había preparado.
Entonces el rey y Amán fueron al banquete de la reina Ester. En esta segunda ocasión, mientras bebían vino, el rey volvió a decir a Ester:
—Dime lo que desees, reina Ester. ¿Cuál es tu petición? ¡Yo te la daré,
aun si fuera la mitad del reino!
La reina Ester contestó:
—Si he logrado el favor del rey, y si al rey le agrada conceder mi petición, pido que mi vida y la vida de mi pueblo sean libradas de la muerte.
Pues mi pueblo y yo hemos sido vendidos para ser muertos, masacrados
y aniquilados. Si solo nos hubieran vendido como esclavos, yo me quedaría callada, porque sería un asunto por el cual no merecería molestar
al rey.
—¿Quién sería capaz de hacer semejante cosa? —preguntó el rey Jerjes—. ¿Quién podría ser tan descarado para tocarte a ti?
Ester contestó:
—Este malvado Amán es nuestro adversario y nuestro enemigo.
Amán se puso pálido de miedo delante del rey y de la reina. Entonces el
rey, enfurecido, se levantó de un salto y salió al jardín del palacio.
Amán, en cambio, se quedó con la reina Ester para implorar por su vida,
porque sabía que el rey pensaba matarlo. En su desesperación se dejó caer
sobre el diván donde estaba reclinada la reina Ester, justo cuando el rey
volvía del jardín del palacio.
El rey exclamó: «¿Hasta se atreve a atacar a la reina aquí mismo, en el
palacio, ante mis propios ojos?». Entonces, en cuanto el rey habló, sus
asistentes le cubrieron la cara a Amán en señal de condena.