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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
13:6-19
de granos, de vino nuevo, de aceite de oliva (destinados a los levitas, a
los cantores y a los porteros), y también las ofrendas para los sacerdotes.
En esa época yo no estaba en Jerusalén porque había ido a presentarme
ante Artajerjes, rey de Babilonia, en el año treinta y dos de su reinado,
aunque más tarde le pedí permiso para regresar. Cuando regresé a Jerusalén, me enteré del acto perverso de Eliasib de proporcionarle a Tobías una
habitación en los atrios del templo de Dios. Me disgusté mucho y saqué
del cuarto todas las pertenencias de Tobías. Luego exigí que purificaran
las habitaciones y volví a colocar los utensilios para el templo de Dios, las
ofrendas de grano y el incienso.
También descubrí que no se les había entregado a los levitas las porciones de comida que les correspondían, de manera que todos ellos y los
cantores que debían dirigir los servicios de adoración habían regresado
a trabajar en los campos. Inmediatamente enfrenté a los dirigentes y les
pregunté: «¿Por qué ha sido descuidado el templo de D
ios?». Luego pedí
a todos los levitas que regresaran y los reintegré para que cumplieran con
sus obligaciones. Entonces, una vez más, todo el pueblo de Judá comenzó
a llevar sus diezmos de grano, de vino nuevo y de aceite de oliva a los
depósitos del templo.
Como supervisores de los depósitos asigné al sacerdote Selemías, al escriba Sadoc y a Pedaías, uno de los levitas. Como ayudante de ellos nombré a Hanán, hijo de Zacur y nieto de Matanías. Estos hombres gozaban
de una excelente reputación, y su tarea consistía en hacer distribuciones
equitativas a sus compañeros levitas.
Recuerda esta buena obra, oh Dios mío, y no olvides todo lo que
fielmente he hecho por el templo de mi Dios y sus servicios.
En esos días vi a unos hombres de Judá pisando en sus lagares en el
día de descanso. Además, recogían granos y los cargaban sobre burros,
y traían su vino, sus uvas, sus higos y toda clase de productos a Jerusalén
para venderlos en el día de descanso. Así que los reprendí por vender sus
productos en ese día. Algunos hombres de Tiro, que vivían en Jerusalén,
traían pescado y toda clase de mercancía. La vendían al pueblo de Judá el
día de descanso, ¡y nada menos que en Jerusalén!
De modo que confronté a los nobles de Judá. «¿Por qué profanan el
día de descanso de este modo tan perverso? —les pregunté—. ¿Acaso no
fueron cosas como estas las que hicieron sus antepasados y provocaron
que nuestro Dios hiciera caer sobre nosotros y nuestra ciudad toda esta
desgracia? ¡Ahora ustedes provocan aún más enojo contra Israel al permitir que el día de descanso sea profanado de esta manera!».
Entonces ordené que todos los viernes se cerraran las puertas de Jerusalén al caer la noche, y que no se abrieran hasta que terminara el día de