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CRÓNICAS–ESDRAS–NEHEMÍAS
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El rey, con la reina sentada a su lado, preguntó:
—¿Cuánto tiempo estarás fuera? ¿Cuándo piensas regresar?
Después de decirle cuánto tiempo estaría ausente, el rey accedió a mi
petición.
Además le dije al rey:
—Si al rey le agrada, permítame llevar cartas dirigidas a los gobernadores de la provincia al occidente del río Éufrates, indicándoles que me
permitan viajar sin peligro por sus territorios de camino a Judá. Además,
le ruego que me dé una carta dirigida a Asaf, el encargado del bosque del
rey, con instrucciones de suministrarme madera. La necesitaré para hacer
vigas para las puertas de la fortaleza del templo, para las murallas de la
ciudad y para mi propia casa.
Entonces el rey me concedió estas peticiones porque la bondadosa
mano de Dios estaba sobre mí.
Cuando llegué ante los gobernadores de la provincia al occidente del
río Éufrates, les entregué las cartas del rey. Debo agregar que el rey mandó
oficiales del ejército y jinetes para protegerme. Ahora bien, cuando Sanbalat, el horonita, y Tobías, el oficial amonita, se enteraron de mi llegada, se
molestaron mucho porque alguien había venido para ayudar al pueblo de
Israel.
Entonces llegué a Jerusalén. Tres días después, me escabullí durante la
noche, llevando conmigo a unos cuantos hombres. No le había dicho a
nadie acerca de los planes que Dios había puesto en mi corazón para Jerusalén. No llevamos ningún animal de carga, con excepción del burro
en el que yo cabalgaba. Salí por la puerta del Valle cuando ya había oscurecido y pasé por el pozo del Chacal hacia la puerta del Estiércol para
inspeccionar las murallas caídas y las puertas quemadas. Luego fui a la
puerta de la Fuente y al estanque del Rey, pero mi b urro no pudo pasar
por los escombros. A pesar de que aún estaba oscuro, subí por el valle de
Cedrón e inspeccioné la muralla, antes de regresar y entrar nuevamente
por la puerta del Valle.
Los funcionarios de la ciudad no supieron de mi salida ni de lo que hice,
porque aún no le había dicho nada a nadie sobre mis planes. Todavía no
había hablado con los líderes judíos: los sacerdotes, los nobles, los funcionarios, ni con ningún otro en la administración; pero ahora les dije:
—Ustedes saben muy bien las dificultades en que estamos. Jerusalén
yace en ruinas y sus puertas fueron destruidas por fuego. ¡Reconstruyamos
la muralla de Jerusalén y pongamos fin a esta desgracia!
Después les conté cómo la bondadosa mano de D
ios estaba sobre mí,
y acerca de mi conversación con el rey.