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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
1:3–2:5
hermanos, vino a visitarme con algunos hombres que acababan de llegar
de Judá. Les pregunté por los judíos que habían regresado del cautiverio y
sobre la situación en Jerusalén.
Me dijeron: «Las cosas no andan bien. Los que regresaron a la provincia
de Judá tienen grandes dificultades y viven en desgracia. La muralla de
Jerusalén fue derribada, y las puertas fueron consumidas por el fuego».
Cuando oí esto, me senté a llorar. De hecho, durante varios días estuve
de duelo, ayuné y oré al Dios del cielo, y dije:
«Oh Señor, Dios del cielo, Dios grande y temible que cumples
tu pacto de amor inagotable con los que te aman y obedecen tus
mandatos, ¡escucha mi oración! Mírame y verás que oro día y noche
por tu pueblo Israel. Confieso que hemos pecado contra ti. ¡Es
cierto, incluso mi propia familia y yo hemos pecado! Hemos pecado
terriblemente al no haber obedecido los mandatos, los decretos y las
ordenanzas que nos diste por medio de tu siervo Moisés.
»Te suplico que recuerdes lo que le dijiste a tu siervo Moisés: “Si
me son infieles los dispersaré entre las naciones; pero si vuelven a mí y
obedecen mis mandatos y viven conforme a ellos, entonces aunque se
encuentren desterrados en los extremos más lejanos de la tierra, yo los
volveré a traer al lugar que elegí para que mi nombre sea honrado”.
»El pueblo que rescataste con tu gran poder y mano fuerte es
tu siervo. ¡Oh Señor, te suplico que oigas mi oración! Escucha las
oraciones de aquellos quienes nos deleitamos en darte honra. Te
suplico que hoy me concedas éxito y hagas que el rey me dé su favor.
Pon en su corazón el deseo de ser bondadoso conmigo».
En esos días yo era el copero del rey.
A comienzos de la siguiente primavera, en el mes de nisán, durante el año
veinte del reinado de Artajerjes, le servía el vino al rey y, como nunca antes
había estado triste en su presencia, me preguntó:
—¿Por qué te ves tan triste? No me parece que estés enfermo; debes
estar profundamente angustiado.
Entonces quedé aterrado, pero le contesté:
—Viva el rey para siempre. ¿Cómo no voy a estar triste cuando la ciudad
donde están enterrados mis antepasados está en ruinas, y sus puertas han
sido consumidas por el fuego?
El rey preguntó:
—Bueno, ¿cómo te puedo ayudar?
Después de orar al Dios del cielo, contesté:
—Si al rey le agrada, y si está contento conmigo, su servidor, envíeme a
Judá para reconstruir la ciudad donde están enterrados mis antepasados.