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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
8:35–9:8
Luego, los desterrados que habían regresado del cautiverio sacrificaron ofrendas quemadas al Dios de I srael. Ofrecieron doce toros por todo
el pueblo de Israel, además de noventa y seis carneros y setenta y siete
corderos. También sacrificaron doce chivos como ofrenda por el pecado.
Todo se ofreció como una ofrenda quemada al Señor. Los decretos del
rey fueron entregados a sus funcionarios de más alta posición y a los gobernadores de la provincia situada al occidente del río Éufrates, quienes
colaboraron dando su apoyo al pueblo y al templo de D
ios.
Una vez realizadas estas cosas, los líderes judíos vinieron a verme y dijeron: «Muchos del pueblo de Israel e incluso algunos sacerdotes y levitas
no se han mantenido separados de los otros pueblos que viven en esta
tierra. Han adoptado las prácticas detestables de los cananeos, los hititas,
los ferezeos, los jebuseos, los amonitas, los moabitas, los egipcios y los
amorreos. Pues los hombres de Israel se han casado con mujeres de esos
pueblos y también las han tomado como esposas para sus hijos. De manera
que la raza santa se ha c orrompido a causa de esos matrimonios mixtos.
Peor aún, los primeros en cometer este ultraje han sido los líderes y los
funcionarios».
Al oír esto, me rasgué el manto y la camisa, me arranqué el pelo de la
cabeza y de la barba, y me senté completamente horrorizado. Entonces
todos los que temblaban ante las palabras del Dios de Israel vinieron y
se sentaron conmigo a causa de este ultraje cometido por los que habían
regresado del destierro. Allí me quedé sentado, totalmente horrorizado,
hasta la hora del sacrificio vespertino.
A la hora del sacrificio, me levanté de donde había estado sentado haciendo duelo con mis ropas rasgadas. Caí de rodillas y levanté las manos
al Señor mi D
ios. Hice la siguiente oración:
«Oh Dios mío, estoy totalmente avergonzado; me da vergüenza elevar
mi rostro a ti. Pues nuestros pecados se han amontonado tanto que
son más altos que nosotros, y nuestra culpa llega a los cielos. Desde
el tiempo de nuestros antepasados hasta el día de hoy, hemos vivido
sumergidos en el pecado. Por esa razón, nosotros, nuestros reyes y
nuestros sacerdotes hemos estado a merced de los reyes paganos de
la tierra. Nos han matado, capturado, robado y deshonrado, tal como
estamos hoy.
»Sin embargo, ahora se nos concedió un breve momento de
gracia, porque el Señor nuestro Dios ha permitido que unos cuantos
de nosotros sobreviviéramos como un remanente. Él nos ha dado