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CRÓNICAS–ESDRAS–NEHEMÍAS
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y hermanos, y a doscientos veinte sirvientes del templo. Los sirvientes
del templo, un grupo de trabajadores instituido originalmente por el rey
David y sus funcionarios, eran ayudantes de los levitas. Todos estaban registrados por nombre.
Allí, junto al canal de Ahava, di órdenes de que todos ayunáramos y nos
humilláramos ante nuestro D
ios. En oración le pedimos a D
ios que nos
diera un buen viaje y nos protegiera en el camino tanto a nosotros como
a nuestros hijos y nuestros bienes. Pues me dio vergüenza pedirle al rey
soldados y jinetes que nos acompañaran y nos protegieran de los enemigos durante el viaje. Después de todo, ya le habíamos dicho al rey que «la
mano protectora de nuestro Dios está sobre todos los que lo adoran, pero
su enojo feroz se desata contra quienes lo abandonan». Así que ayunamos
y oramos intensamente para que nuestro Dios nos cuidara, y él oyó nuestra
oración.
Nombré doce jefes de los sacerdotes —Serebías, Hasabías y otros diez
sacerdotes— para que se encargaran de transportar la plata, el oro, los
recipientes de oro y los demás artículos que el rey, sus consejeros y funcionarios, y todo el pueblo de I srael había presentado para el templo de D
ios.
Pesé el tesoro mientras se lo entregaba a ellos y el total sumaba lo siguiente:
22 toneladas de plata,
3400 kilos de objetos de plata,
3400 kilos de oro,
20 recipientes de oro (equivalentes al valor de 1000 monedas de oro),
2 objetos finos de bronce pulido (tan valiosos como el oro).
Luego les dije a los sacerdotes: «Ustedes y esos tesoros son santos, separados al S eñor. La plata y el oro son una ofrenda voluntaria para el S eñor,
Dios de nuestros antepasados. Cuiden bien esos tesoros hasta que se los
entreguen a los principales sacerdotes, a los levitas y a los jefes de I srael,
quienes los pesarán en los depósitos del templo del S eñor en Jerusalén».
Entonces los sacerdotes y los levitas aceptaron la tarea de transportar esos
tesoros de plata y de oro al templo de nuestro Dios en Jerusalén.
El 19 de abril, levantamos el campamento junto al canal de Ahava y nos
dirigimos a Jerusalén. La bondadosa mano de nuestro D
ios nos protegió y
nos salvó de enemigos y bandidos a lo largo del camino. Así que llegamos
a salvo a Jerusalén, donde descansamos tres días.
Al cuarto día de nuestra llegada, la plata, el oro y los demás objetos de
valor fueron pesados en el templo de nuestro Dios y encomendados a
Meremot, hijo del sacerdote Urías, y a Eleazar, hijo de Finees, junto con
Jozabad, hijo de Jesúa, y Noadías, hijo de Binúi, ambos levitas. Ellos rindieron cuenta de todo por número y peso, y el peso total quedó asentado
en los registros oficiales.