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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
2C | 34:10-27
El sumo sacerdote les confió el dinero a los hombres designados para
supervisar la restauración del templo del S eñor. A su vez ellos pagaban
a los trabajadores que hacían las reparaciones y la renovación del templo.
Contrataron carpinteros y constructores, los cuales compraban piedras labradas para las paredes y madera para las vigas y los soportes. Restauraron
lo que los reyes anteriores de Judá habían permitido que cayera en ruinas.
Los obreros servían fielmente bajo el liderazgo de Jahat y Abdías, levitas
del clan de Merari, y de Zacarías y Mesulam, levitas del clan de Coat. Otros
levitas, todos músicos hábiles, quedaron encargados de los trabajadores
de los diversos oficios. Incluso otros ayudaban como secretarios, oficiales
y porteros.
Mientras sacaban el dinero recaudado en el templo del Señor, el sacerdote Hilcías encontró el libro de la ley del S eñor que escribió M
oisés.
Hilcías le dijo a Safán, secretario de la corte: «¡He encontrado el libro de
la ley en el templo del S eñor!». Entonces Hilcías le dio el rollo a Safán.
Safán llevó el rollo al rey y le informó: «Sus funcionarios están haciendo
todo lo que se les asignó. El dinero que se recaudó en el templo del Señor
ha sido entregado a los supervisores y a los trabajadores». Safán también
dijo al rey: «El sacerdote Hilcías me entregó un rollo». Así que Safán se
lo leyó al rey.
Cuando el rey oyó lo que estaba escrito en la ley, rasgó su ropa en señal
de desesperación. Luego dio las siguientes órdenes a Hilcías; a Ahicam,
hijo de Safán; a Acbor, hijo de Micaías; a Safán, secretario de la corte y a
Asaías, consejero personal del rey: «Vayan al templo y consulten al Señor
por mí y por todo el remanente de Israel y de Judá. Pregunten acerca de
las palabras escritas en el rollo que se encontró. Pues el gran enojo del
Señor ha sido derramado sobre nosotros, porque nuestros antepasados
no obedecieron la palabra del Señor. No hemos estado haciendo todo lo
que este rollo dice que debemos hacer».
Entonces Hilcías y los otros hombres se dirigieron al B
arrio Nuevo de
Jerusalén para consultar a la profetisa Hulda. Ella era la esposa de Salum,
hijo de Ticva, hijo de Harhas, el encargado del guardarropa del templo.
Ella les dijo: «¡El S eñor, D
ios de I srael, ha hablado! Regresen y díganle
al hombre que los envió: “Esto dice el Señor: ‘Traeré desastre sobre esta
ciudad y sobre sus habitantes. Todas las maldiciones escritas en el rollo
que fue leído al rey de Judá se cumplirán, pues los de mi pueblo me han
abandonado y han ofrecido sacrificios a dioses paganos. Estoy muy enojado con ellos por todo lo que han hecho. Mi enojo será derramado sobre
este lugar y no se apagará’”.
»Vayan a ver al rey de Judá, quien los envió a buscar al Señor, y díganle: “Esto dice el Señor, D
ios de Israel, acerca del mensaje que acabas
de escuchar: ‘Estabas apenado y te humillaste ante Dios al oír las palabras