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INMERSIÓN
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CRÓNICAS
2C | 30:3-16
celebrar la Pascua un mes más tarde de lo habitual. No pudieron celebrarla
en el tiempo establecido porque no era posible purificar suficientes sacerdotes para esa fecha, y el pueblo todavía no se había reunido en Jerusalén.
Esta propuesta para celebrar la Pascua les pareció bien al rey y a todo el
pueblo. De modo que mandaron un edicto por todo Israel, desde Beerseba
en el sur hasta Dan en el norte, para invitar a todos a reunirse en Jerusalén
para celebrar la Pascua del Señor, Dios de Israel. Hacía tiempo que el
pueblo no la celebraba en forma masiva, como lo exigía la ley.
Por orden del rey se enviaron mensajeros por todo Israel y Judá con
cartas que decían:
«Oh pueblo de Israel, vuélvanse al Señor, Dios de Abraham, de
Isaac y de Israel, para que él se vuelva a los pocos de nosotros que
hemos sobrevivido la conquista de los reyes asirios. No sean como
sus antepasados y parientes que abandonaron al Señor, Dios de sus
antepasados, y se convirtieron en objeto de desdén, como ustedes
mismos pueden ver. No sean tercos como fueron ellos, sino sométanse
al Señor y vengan a su templo que él mismo separó como santo para
siempre. Adoren al Señor su Dios, para que su ira feroz se aleje de
ustedes.
»Pues si ustedes se vuelven al Señor, sus parientes y sus hijos serán
tratados con compasión por sus captores, y podrán regresar a esta
tierra. El Señor su Dios es bondadoso y misericordioso. Si ustedes se
vuelven a él, él no seguirá apartando su rostro de ustedes».
Los mensajeros corrieron de ciudad en ciudad por todo Efraín y Manasés y hasta el territorio de Zabulón; pero la mayoría de la gente simplemente se reía de los mensajeros y se burlaba de ellos. Sin embargo, algunos
habitantes de Aser, Manasés y Zabulón se humillaron y fueron a Jerusalén.
Al mismo tiempo, la mano de D
ios estaba sobre la gente en la t ierra
de Judá, y les dio un solo corazón para obedecer las órdenes del rey y de
sus funcionarios, quienes seguían la palabra del S eñor. Así que, una gran
multitud se reunió en Jerusalén a mediados de la primavera para celebrar
el Festival de los Panes sin Levadura. Pusieron manos a la obra y quitaron
todos los altares paganos de Jerusalén. Sacaron todos los altares del incienso y los arrojaron al valle de Cedrón.
El día catorce del segundo mes, un mes más tarde de lo habitual, el pueblo sacrificó el cordero de la Pascua. Eso avergonzó a los sacerdotes y a
los levitas, de modo que se purificaron y llevaron ofrendas quemadas al
templo del Señor. Después ocuparon sus lugares en el templo, tal como
estaba establecido en la ley de Moisés, hombre de Dios. Los levitas llevaron la sangre de los sacrificios a los sacerdotes, quienes la rociaron sobre
el altar.