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INMERSIÓN
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REINOS
Las historias individuales de los jueces de Israel son interesantes por
sí mismas. En los relatos de líderes como Gedeón, Débora, Sansón
y otros, leemos historias de incertidumbre, ingenio militar, acciones
decisivas y la soberanía de Dios en la manera que obra a favor de su
pueblo a pesar de las concesiones y el fracaso moral de Israel. Pero se
ha puesto en evidencia que Israel necesita un nuevo tipo de líder para
unificar a las tribus en una obediencia fiel a Dios centrada en el pacto.
La tercera y última sección de Jueces se enfoca en dos historias de
fracaso moral y desastres inimaginables, poniendo en evidencia la desesperada necesidad de un cambio en Israel. Tanto al inicio como al final
de ambas historias, se observa que «en esos días, Israel no tenía rey;
cada uno hacía lo que le parecía correcto según su propio criterio».
Por lo tanto, el argumento general del libro de los Jueces plantea
que la nación necesita no simplemente individuos, sino una institución
—la monarquía— para protegerla y ayudarla a mantener su fidelidad al
Señor. Específicamente, el libro tiene en mente el linaje real de David.
Tanto al comienzo como al final de Jueces, los israelitas le preguntan
a Dios qué tribu debería dirigirlos en la batalla. Dios responde: «Judá
debe ir primero». La inserción de esos episodios está destinada a confirmar que, para gobernar sobre todo Israel, la elección de Dios es el
linaje de David de la tribu de Judá. En contraste, la tribu de Benjamín,
la tribu del primer rey de Israel, Saúl, generalmente se muestra de
forma negativa.
Israel tendrá un rey, pero no cualquier rey. Ya que Israel ha rechazado
al Señor como rey, un rey humano adecuado tendrá que conducir al
pueblo a adorar y honrar fielmente a Dios. Esto trae la historia de Israel al
punto donde Dios está preparado para hacer su cuarto pacto, en el que
establecerá a David como rey de Israel y fundador de una dinastía real.
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