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INMERSIÓN
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REINOS
2R
| 21:18–22:8
historia de los reyes de Judá. Cuando Manasés murió, lo enterraron en el
jardín del palacio, el jardín de Uza. Luego su hijo Amón lo sucedió en el
trono.
Amón tenía veintidós años cuando subió al trono y reinó en Jerusalén
dos años. Su madre se llamaba Mesulemet y era hija de Haruz, de Jotba.
Él hizo lo malo a los ojos del S eñor, tal como su padre Manasés. Siguió
el ejemplo de su padre al rendirles culto a los mismos ídolos que su padre
había venerado. Abandonó al S eñor, D
ios de sus antepasados, y se negó
a andar en los caminos del Señor.
Tiempo después, los propios funcionarios de Amón conspiraron contra
él y lo asesinaron en su palacio; pero los habitantes del reino mataron a
todos los que habían conspirado contra el rey Amón y luego proclamaron
rey a su hijo Josías.
Los demás acontecimientos del reinado de Amón y lo que hizo están registrados en El libro de la historia de los reyes de Judá. Fue enterrado en su
tumba en el jardín de Uza. Luego su hijo Josías lo sucedió en el trono.
Josías tenía ocho años cuando subió al trono y reinó en Jerusalén treinta
y un años. Su madre se llamaba Jedida y era hija de Adaía, de Boscat. Él
hizo lo que era agradable a los ojos del Señor y siguió el ejemplo de su
antepasado D
avid; no se apartó de lo que era correcto.
Durante el año dieciocho de su reinado, el rey Josías envió al templo del
Señor a Safán, hijo de Azalía y nieto de Mesulam, secretario de la corte.
Le dijo: «Ve a ver al sumo sacerdote Hilcías y pídele que cuente el dinero
que los porteros han recaudado de la gente en el templo del Señor. Confía
este dinero a los hombres que fueron designados para supervisar la restauración del templo del S eñor. Así ellos podrán usarlo para pagar a los
trabajadores que repararán el templo. Tendrán que contratar carpinteros,
constructores y albañiles. También haz que compren toda la madera y la
piedra labrada que se necesite para reparar el templo; pero no les exijas a
los supervisores de la construcción que lleven cuenta del dinero que reciben, porque son hombres honestos y dignos de confianza».
El sumo sacerdote Hilcías le dijo a Safán, secretario de la corte: «¡He
encontrado el libro de la ley en el templo del Señor!». Entonces Hilcías
le dio el rollo a Safán, y él lo leyó.
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