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SAMUEL–REYES
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cado! ¡Esta no es la ciudad correcta! Síganme y los llevaré a donde está el
hombre que buscan», y los guió a la ciudad de Samaria.
Apenas entraron en Samaria, Eliseo pidió en oración: «Oh Señor,
ahora ábreles los ojos para que vean». Entonces el Señor les abrió los ojos,
y se dieron cuenta de que estaban en el centro de la ciudad de Samaria.
Cuando el rey de Israel los vio, gritó a Eliseo:
—¿Los mato, padre mío, los mato?
—¡Claro que no! —contestó Eliseo—. ¿Acaso matamos a los prisioneros de guerra? Dales de comer y de beber, y mándalos de regreso a su
casa, con su amo.
Entonces el rey hizo un gran banquete para ellos y luego los mandó de
regreso a su amo. Después de este incidente, los saqueadores arameos se
mantuvieron lejos de la tierra de Israel.
Sin embargo, tiempo después, el rey de Aram reunió a todo su ejército
y sitió Samaria. Como consecuencia, hubo mucha hambre en la ciudad.
Estuvo sitiada por tanto tiempo que la cabeza de un b urro se vendía por
ochenta piezas de plata, y trescientos mililitros de estiércol de paloma se
vendía por cinco piezas de plata.
Cierto día, mientras el rey de Israel caminaba por la muralla de la ciudad,
una mujer lo llamó:
—¡Mi señor el rey, por favor, ayúdeme! —le dijo.
Él le respondió:
—Si el Señor no te ayuda, ¿qué puedo hacer yo? No tengo comida en
el granero ni vino en la prensa para darte.
Pero después el rey le preguntó:
—¿Qué te pasa?
Ella contestó:
—Esta mujer me dijo: “Mira, comámonos a tu hijo hoy y mañana nos
comeremos al mío”. Entonces cocinamos a mi hijo y nos lo comimos. Al
día siguiente, yo le dije: “Mata a tu hijo para que nos lo comamos”, pero
ella lo había escondido.
Cuando el rey oyó esto, rasgó sus vestiduras en señal de desesperación;
y como seguía caminando por la muralla, la gente pudo ver que debajo del
manto real tenía tela áspera puesta directamente sobre la piel. Entonces el
rey juró: «Que D
ios me castigue y aun me mate si hoy mismo no separo
la cabeza de Eliseo de sus hombros».
Eliseo estaba sentado en su casa con los ancianos de Israel cuando el rey
mandó a un mensajero a llamarlo; pero antes de que llegara el mensajero,
Eliseo dijo a los ancianos: «Un asesino ya mandó a un hombre a cortarme
la cabeza. Cuando llegue, c ierren la puerta y déjenlo afuera. Pronto oiremos los pasos de su amo detrás de él».
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