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INMERSIÓN
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REINOS
2R
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Cierto día, el niño, ya más grande, salió a ayudar a su padre en el trabajo
con los cosechadores, y de repente gritó: «¡Me duele la cabeza! ¡Me duele
la cabeza!».
Su padre le dijo a uno de sus sirvientes: «Llévalo a casa, junto a su
madre».
Entonces el sirviente lo llevó a su casa, y la madre lo sostuvo en su regazo; pero cerca del mediodía, el niño murió. Ella lo subió y lo recostó
sobre la cama del hombre de D
ios; luego c erró la puerta y lo dejó allí. Después le envió un mensaje a su esposo: «Mándame a uno de los sirvientes y
un burro para que pueda ir rápido a ver al hombre de Dios y luego volver
enseguida».
—¿Por qué ir hoy? —preguntó él—. No es ni festival de luna nueva ni
día de descanso.
Pero ella dijo:
—No importa.
Entonces ensilló el burro y le dijo al sirviente: «¡Apúrate! Y no disminuyas el paso a menos que yo te lo diga».
Cuando ella se acercaba al hombre de D
ios, en el monte Carmelo, Eliseo
la vio desde lejos y le dijo a Giezi: «Mira, allí viene la señora de Sunem.
Corre a su encuentro y pregúntale: “¿Están todos bien, tú, tu esposo y tu
hijo?”».
«Sí —contestó ella—, todo está bien».
Sin embargo, cuando ella se encontró con el hombre de D
ios en la
montaña, se postró en el suelo delante de él y se agarró de sus pies. Giezi
comenzó a apartarla, pero el hombre de D
ios dijo: «Déjala. Está muy angustiada, pero el Señor no me ha dicho qué le pasa».
Entonces ella dijo: «¿Acaso yo te pedí un hijo, señor mío? ¿Acaso no te
dije: “No me engañes ni me des falsas esperanzas”?».
Enseguida Eliseo le dijo a Giezi: «¡Prepárate para salir de viaje, toma
mi vara y vete! No hables con nadie en el camino. Ve rápido y pon la vara
sobre el rostro del niño».
Pero la madre del niño dijo: «Tan cierto como que el S eñor vive y que
usted vive, yo no regresaré a mi casa a menos que usted venga conmigo».
Así que Eliseo volvió con ella.
Giezi se adelantó apresuradamente y puso la vara sobre el rostro del
niño, pero no pasó nada. No daba señales de vida. Entonces regresó a encontrarse con Eliseo y le dijo: «El niño sigue muerto».
En efecto, cuando Eliseo llegó, el niño estaba muerto, acostado en la
cama del profeta. Eliseo entró solo, cerró la puerta tras sí y oró al Señor.
Después se tendió sobre el cuerpo del niño, puso su boca sobre la boca
del niño, sus ojos sobre sus ojos y sus manos sobre sus manos. Mientras se
tendía sobre él, ¡el cuerpo del niño comenzó a entrar en calor! Entonces
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