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SAMUEL–REYES
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—¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó Eliseo—. Dime, ¿qué tienes en
tu casa?
—No tengo nada, solo un frasco de aceite de oliva —contestó ella.
Entonces Eliseo le dijo:
—Pídeles a tus amigos y vecinos que te presten todas las jarras vacías
que puedan. Luego ve a tu casa con tus hijos y cierra la puerta. Vierte en
las j arras el aceite de oliva que tienes en tu frasco y cuando se llenen ponlas
a un lado.
Entonces ella hizo lo que se le indicó. Sus hijos le traían las jarras y ella
las llenaba una tras otra. ¡Pronto todas las jarras estaban llenas hasta el
borde!
—Tráeme otra jarra —le dijo a uno de sus hijos.
—¡Ya no hay más! —le respondió.
Al instante, el aceite de oliva dejó de fluir.
Cuando ella le contó al hombre de Dios lo que había sucedido, él le dijo:
«Ahora vende el aceite de oliva y paga tus deudas; tú y tus hijos pueden
vivir de lo que sobre».
Cierto día, Eliseo fue a la ciudad de Sunem y una mujer rica que vivía allí
le insistió que fuera a comer a su casa. Después, cada vez que él pasaba por
allí, se detenía en esa casa para comer algo.
Entonces la mujer le dijo a su esposo: «Estoy segura de que este hombre
que pasa por aquí de vez en cuando es un santo hombre de D
ios. Construyamos un pequeño cuarto en el techo para él y pongámosle una cama, una
mesa, una silla y una lámpara. Así tendrá un lugar dónde quedarse cada
vez que pase por aquí».
Cierto día, Eliseo regresó a Sunem y subió a ese cuarto para descansar.
Entonces le dijo a su sirviente, Giezi: «Dile a la mujer sunamita que quiero
hablar con ella». Cuando ella llegó, Eliseo le dijo a Giezi: «Dile: “Agradecemos tu amable interés por nosotros. ¿Qué podemos hacer por ti? ¿Quieres que te recomendemos con el rey o con el comandante del ejército?”».
«No —contestó ella—, mi familia me cuida bien».
Más tarde, Eliseo le preguntó a Giezi:
—¿Qué podemos hacer por ella?
—Ella no tiene hijos —contestó Giezi—, y su esposo ya es anciano.
—Llámala de nuevo —le dijo Eliseo.
La mujer regresó y se quedó de pie en la puerta mientras Eliseo le dijo:
—El año que viene, por esta fecha, ¡tendrás un hijo en tus brazos!
—¡No, señor mío! —exclamó ella—. Hombre de Dios, no me engañes
así ni me des falsas esperanzas.
Efectivamente, la mujer pronto quedó embarazada y al año siguiente,
por esa fecha, tuvo un hijo, tal como Eliseo le había dicho.
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