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SAMUEL–REYES
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demuestra que yo he hecho todo esto por orden tuya. ¡Oh S eñor, respóndeme! Respóndeme para que este pueblo sepa que tú, oh S eñor, eres
Dios y que tú los has hecho volver a ti».
Al instante, el fuego del S eñor cayó desde el cielo y consumió el toro, la
leña, las piedras y el polvo. ¡Hasta lamió toda el agua de la zanja! Cuando
la gente vio esto, todos cayeron rostro en tierra y exclamaron: «¡El Señor,
él es Dios! ¡Sí, el Señor es Dios!».
Entonces Elías ordenó: «Atrapen a todos los profetas de Baal. ¡No
dejen que escape ninguno!». Entonces los agarraron a todos, y Elías los
llevó al valle de Cisón y allí los mató.
Luego Elías dijo a Acab: «Vete a comer y a beber algo, porque oigo el
rugido de una tormenta de lluvia que se acerca».
Entonces Acab fue a comer y a beber. Elías, en cambio, subió a la cumbre del monte Carmelo, se inclinó hasta el suelo y oró con la cara entre
las rodillas.
Luego le dijo a su sirviente:
—Ve y mira hacia el mar.
Su sirviente fue a mirar, y regresó donde estaba Elías y le dijo:
—No vi nada.
Siete veces le dijo Elías que fuera a ver. Finalmente, la séptima vez, su
sirviente le dijo:
—Vi una pequeña nube, como del tamaño de la mano de un hombre,
que sale del mar.
Entonces Elías le gritó:
—Corre y dile a Acab: “Sube a tu carro y regresa a tu casa. ¡Si no te
apuras, la lluvia te detendrá!”.
Poco después el cielo se oscureció de nubes. Se levantó un fuerte viento
que desató un gran aguacero, y Acab partió enseguida hacia Jezreel. Entonces el Señor le dio una fuerza extraordinaria a Elías, quien se sujetó el
manto con el cinturón y c orrió delante del carro de Acab todo el camino,
hasta la entrada de Jezreel.
Cuando Acab llegó a su casa, le contó a Jezabel todo lo que Elías había
hecho, incluso la manera en que había matado a todos los profetas de Baal.
Entonces Jezabel le mandó este mensaje a Elías: «Que los dioses me hieran e incluso me maten si mañana a esta hora yo no te he matado, así como
tú los mataste a ellos».
Elías tuvo miedo y huyó para salvar su vida. Se fue a Beerseba, una ciudad de Judá, y dejó allí a su sirviente. Luego siguió solo todo el día hasta
llegar al desierto. Se sentó bajo un solitario árbol de retama y pidió morirse: «Basta ya, S eñor; quítame la vida, porque no soy mejor que mis
antepasados que ya murieron».
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