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INMERSIÓN
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REINOS
2S
| 15:29–16:8
del río Jordán y allí esperaré tu informe». De este modo Sadoc y Abiatar
devolvieron el arca de D
ios a la ciudad y allí se quedaron.
Entonces David subió el camino que lleva al monte de los Olivos, llorando mientras caminaba. Llevaba la cabeza cubierta y los pies descalzos
en señal de duelo. Las personas que iban con él también se cubrieron la cabeza y lloraban mientras subían el monte. Cuando alguien le dijo a David
que su consejero Ahitofel ahora respaldaba a Absalón, David oró: «¡Oh
Señor, haz que Ahitofel le dé consejos necios a Absalón!».
Al llegar D
avid a la cima del monte de los Olivos, donde la gente adoraba
aD
ios, Husai el arquita lo estaba esperando. Husai había rasgado sus ropas
y había echado polvo sobre su cabeza en señal de duelo. Pero D
avid le dijo:
«Si vienes conmigo solamente serás una carga. Regresa a Jerusalén y dile a
Absalón: “Ahora seré tu consejero, oh rey, así como lo fui de tu padre en el
pasado”. Entonces podrás frustrar y contrarrestar los consejos de Ahitofel.
Sadoc y Abiatar, los sacerdotes, estarán allí. Diles todo lo que se está planeando en el palacio del rey, y ellos enviarán a sus hijos Ahimaas y Jonatán
para que me cuenten lo que está sucediendo».
Entonces Husai, el amigo de David, regresó a Jerusalén y arribó justo
cuando llegaba Absalón.
Cuando D
avid pasó un poco más allá de la cima del monte de los Olivos,
Siba, el siervo de Mefiboset, lo estaba esperando. Tenía dos b urros cargados con doscientos panes, cien racimos de pasas, cien ramas con frutas de
verano y un cuero lleno de vino.
—¿Para qué es todo esto? —le preguntó el rey a Siba.
—Los burros son para que monten los que acompañen al rey —contestó Siba—, y el pan y la fruta son para que coman los jóvenes. El vino es
para los que se agoten en el desierto.
—¿Y dónde está Mefiboset, el nieto de Saúl? —le preguntó el rey.
—Se quedó en Jerusalén —contestó Siba—. Dijo: “Hoy recobraré el
reino de mi abuelo Saúl”.
—En ese caso —le dijo el rey a Siba—, te doy todo lo que le pertenece
a Mefiboset.
—Me inclino ante usted —respondió Siba—, que yo siempre pueda
complacerlo, mi señor el rey.
Mientras el rey David llegaba a Bahurim, salió un hombre de la aldea maldiciéndolos. Era Simei, hijo de Gera, del mismo clan de la familia de Saúl.
Les arrojó piedras al rey, a los oficiales del rey y a los guerreros valientes
que lo rodeaban.
—¡Vete de aquí, asesino y sinvergüenza! —le gritó a David—. El Señor
te está pagando por todo el derramamiento de sangre en el clan de Saúl. Le
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