Inmersion Reinos NTV - Flipbook - Página 155
Samue
1S
–REYES
| 29:5–30:8
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puede ir con nosotros a la batalla. ¿Y si se vuelve contra nosotros durante
la batalla y se convierte en nuestro adversario? ¿Qué mejor manera de
reconciliarse con su amo que entregándole nuestras cabezas? ¿No es este
el mismo David por quien las mujeres de I srael cantan en sus danzas:
“Saúl mató a sus miles,
y David, a sus diez miles”?
Así que Aquis finalmente mandó traer a David y le dijo:
—Juro por el Señor que has sido un aliado confiable. Pienso que debes
ir conmigo a la batalla, porque no he encontrado una sola falla en ti desde
que llegaste hasta el día de hoy. Pero los demás gobernantes filisteos no
quieren ni oír hablar del tema. Por favor, no los inquietes y regresa sin
llamar la atención.
—¿Qué he hecho para merecer esto? —preguntó D
avid—. ¿Qué ha
encontrado en su siervo para que no pueda ir y pelear contra los enemigos
de mi señor el rey?
Pero Aquis insistió:
—En lo que a mí respecta, eres tan perfecto como un ángel de D
ios.
Pero los comandantes filisteos tienen miedo e insisten en que no los acompañen en la batalla. Ahora, levántate temprano en la mañana y vete con tus
hombres en cuanto amanezca.
Entonces D
avid y sus hombres regresaron a la tierra de los filisteos,
mientras que el ejército filisteo avanzó hasta Jezreel.
Tres días después, cuando David y sus hombres llegaron a su casa en la ciudad de Siclag, encontraron que los amalecitas habían asaltado el Neguev
y Siclag; habían destruido Siclag y la habían quemado hasta reducirla a
cenizas. Se habían llevado a las mujeres y a los niños y a todos los demás,
pero sin matar a nadie.
Cuando David y sus hombres vieron las ruinas y se dieron cuenta de
lo que les había sucedido a sus familias, lloraron a más no poder. Las dos
esposas de D
avid, Ahinoam de Jezreel y Abigail, la viuda de Nabal de Carmelo, estaban entre los que fueron capturados. D
avid ahora se encontraba
en gran peligro, porque todos sus hombres estaban muy resentidos por
haber perdido a sus hijos e hijas, y comenzaron a hablar acerca de apedrearlo. Pero David encontró fuerzas en el Señor su D
ios.
Entonces le dijo a Abiatar, el sacerdote:
—¡Tráeme el efod!
Así que Abiatar lo trajo y David le preguntó al Señor:
—¿Debo perseguir a esta banda de saqueadores? ¿Los atraparé?
Y el Señor le dijo:
—Sí, persíguelos. Recuperarás todo lo que te han quitado.
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