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INMERSIÓN
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REINOS
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De repente, el ejército de los filisteos se llenó de pánico, tanto los que
estaban en el campamento como los que estaban en el campo, hasta las
avanzadas y los destacamentos de asalto. Y en ese preciso momento hubo
un terremoto, y todos quedaron aterrorizados.
Entonces los centinelas de Saúl en Guibeá de Benjamín vieron algo muy
extraño: el inmenso ejército filisteo comenzó a dispersarse en todas direcciones. «Pasen lista y averigüen quién falta», ordenó Saúl. Y cuando
hicieron el recuento, descubrieron que Jonatán y su escudero no estaban.
Entonces Saúl le gritó a Ahías: «¡Trae el efod aquí!». Pues en ese tiempo
Ahías llevaba puesto el efod delante de los israelitas. Pero mientras Saúl
hablaba con el sacerdote, la confusión en el campamento de los filisteos
era cada vez más fuerte. Entonces Saúl le dijo al sacerdote: «No importa,
¡vamos ya!».
Enseguida Saúl y sus hombres corrieron a la batalla y encontraron que
los filisteos estaban matándose unos a otros. Había una terrible confusión
en todas partes. Aun los hebreos, que anteriormente se habían unido al
ejército filisteo, se rebelaron y se unieron a Saúl, a Jonatán y al resto de los
israelitas. De igual manera, los hombres de Israel que estaban escondidos
en la zona montañosa de Efraín, cuando vieron que los filisteos huían, se
unieron a la persecución. Así que en ese día el Señor salvó a Israel, y la
recia batalla se extendió aún más allá de Bet-avén.
Ahora bien, ese día los hombres de Israel quedaron agotados porque Saúl
los había puesto bajo juramento diciendo: «Que caiga una maldición
sobre cualquiera que coma antes del anochecer, antes de que me vengue
por completo de mis enemigos». De manera que nadie comió nada en
todo el día, aun cuando en el suelo del bosque todos habían encontrado
panales de miel. Así que no se atrevieron a tocar la miel por miedo al juramento que habían hecho.
Pero Jonatán no había escuchado la orden de su padre, y metió la punta
de su vara en un panal y comió la miel. Después de haberla comido, cobró
nuevas fuerzas. Pero uno de los hombres lo vio y le dijo:
—Tu padre obligó al ejército que hiciera un juramento estricto que cualquiera que comiera algún alimento hoy sería maldito. Por eso todos están
cansados y desfallecidos.
—¡Mi padre nos ha creado dificultades a todos! —exclamó Jonatán—.
Una orden como esa solo puede causarnos daño. ¡Miren cómo he cobrado
nuevas fuerzas después de haber comido un poco de miel! Si a los hombres
se les hubiera permitido comer libremente del alimento que encontraran
entre nuestros enemigos, ¡imagínese a cuántos filisteos más habríamos
podido matar!
Así que los israelitas persiguieron y mataron a los filisteos todo el día
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