Inmersion Reinos NTV - Flipbook - Página 127
Samue
1S
–REYES
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permitían, por miedo a que forjaran espadas y lanzas para los hebreos.
Entonces cada vez que los israelitas necesitaban afilar sus rejas de arado,
picos, hachas y hoces, tenían que llevarlos a un herrero filisteo. Lo que
cobraban era lo siguiente: ocho gramos de plata por afilar una reja de arado
o un pico, y cuatro gramos por afilar un hacha o hacer la punta de una
aguijada para bueyes. Por eso el día de la batalla, nadie del pueblo de I srael
tenía espada o lanza, excepto Saúl y Jonatán.
El paso de Micmas, mientras tanto, había sido asegurado por un contingente del ejército filisteo.
Cierto día, Jonatán le dijo a su escudero: «Ven, vamos a donde está la
avanzada de los filisteos». Pero Jonatán no le dijo a su padre lo que pensaba hacer.
Mientras tanto, Saúl y sus seiscientos hombres acamparon en las afueras
de Guibeá alrededor del árbol de granadas de Migrón. Entre los hombres
de Saúl estaba Ahías, el sacerdote, que vestía el efod, el chaleco sacerdotal.
Ahías era hijo de Ahitob, hermano de Icabod, hijo de Finees, hijo de Elí,
sacerdote del Señor que había servido en Silo.
Nadie se dio cuenta de que Jonatán había dejado el campamento israelita. Para llegar al puesto de avanzada de los filisteos, Jonatán tuvo que descender de entre dos peñascos llamados Boses y Sene. Un peñasco estaba al
norte, frente a Micmas; el otro estaba al sur, delante de Geba.
—Crucemos hasta la avanzada de esos paganos —le dijo Jonatán a su
escudero—. Tal vez el S eñor nos ayude, porque nada puede detener al
Señor. ¡Él puede ganar la batalla ya sea que tenga muchos guerreros o
solo unos cuantos!
—Haz lo que mejor te parezca —respondió el escudero—. Estoy contigo, decidas lo que decidas.
—Muy bien —le dijo Jonatán—. Cruzaremos y dejaremos que nos
vean. Si nos dicen: “Quédense donde están o los mataremos”, entonces
nos detendremos y no subiremos hacia ellos. Pero si nos dicen: “Suban
y peleen”, entonces subiremos. Esa será la señal del S eñor de que nos
ayudará a derrotarlos.
Cuando los filisteos vieron que se acercaban, gritaron: «¡Miren, los hebreos salen de sus escondites!». Entonces los hombres de la avanzada le
gritaron a Jonatán: «¡Suban aquí y les daremos una lección!».
«Vamos, sube detrás de mí —le dijo Jonatán a su escudero—, ¡porque
el Señor nos ayudará a derrotarlos!».
Así que escalaron usando pies y manos. Entonces los filisteos caían ante
Jonatán, y su escudero mataba a los que venían por detrás. Mataron a unos
veinte hombres en total, y sus cuerpos quedaron dispersos en un espacio
de cuarta hectárea.
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