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INMERSIÓN
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P R O F E TA S
8:3–9:1
De lo que parecía ser su cintura para abajo, parecía una llama encendida.
De la cintura para arriba, tenía aspecto de ámbar reluciente. Extendió algo
que parecía ser una mano y me tomó del cabello. Luego el Espíritu me
elevó al cielo y me transportó a Jerusalén en una visión que procedía de
Dios. Me llevó a la puerta norte del atrio interior del templo, donde hay
un ídolo grande que ha provocado los celos del Señor. De pronto, estaba
allí la gloria del Dios de Israel, tal como yo la había visto antes en el valle.
Entonces el Señor me dijo: «Hijo de hombre, mira hacia el norte».
Así que miré hacia el norte y, junto a la entrada de la puerta que está cerca
del altar, estaba el ídolo que tanto había provocado los celos del Señor.
«Hijo de hombre —me dijo—, ¿ves lo que hacen? ¿Ves los pecados
detestables que cometen los israelitas para sacarme de mi templo? ¡Pero
ven y verás pecados aún más detestables que estos!». Luego me llevó a la
puerta del atrio del templo, donde pude ver un hueco en el muro. Me dijo:
«Ahora, hijo de hombre, cava en el muro». Entonces cavé en el muro y
hallé una entrada escondida.
«¡Entra —me dijo—, y mira los pecados perversos y detestables que
cometen ahí!». Entonces entré y vi las paredes cubiertas con grabados de
toda clase de reptiles y criaturas detestables. También vi los diversos ídolos
a los que rendía culto el pueblo de Israel. Allí había de pie setenta líderes
de Israel y en el centro estaba Jaazanías, hijo de Safán. Todos tenían en la
mano un recipiente para quemar incienso y de cada recipiente se elevaba
una nube de incienso por encima de sus cabezas.
Entonces el Señor me dijo: «Hijo de hombre, ¿has visto lo que los
líderes de Israel hacen con sus ídolos en los rincones oscuros? Dicen: “¡El
Señor no nos ve; él ha abandonado nuestra tierra!”». Entonces el Señor
agregó: «¡Ven y te mostraré pecados aún más detestables que estos!».
Así que me llevó a la puerta norte del templo del Señor; allí estaban
sentadas algunas mujeres, sollozando por el dios Tamuz. «¿Has visto esto?
—me preguntó—. ¡Pero te mostraré pecados aún más detestables!».
Entonces me llevó al atrio interior del templo del Señor. En la entrada
del santuario, entre la antesala y el altar de bronce, había unos veinticinco
hombres de espaldas al santuario del Señor. ¡Estaban inclinados hacia el
oriente, rindiendo culto al sol!
«¿Ves esto, hijo de hombre? —me preguntó—. ¿No le importa nada al
pueblo de Judá cometer estos pecados detestables con los cuales llevan a la
nación a la violencia y se burlan de mí y provocan mi enojo? Por lo tanto,
responderé con furia. No les tendré compasión ni les perdonaré la vida y
por más que clamen por misericordia, no los escucharé».
Entonces el Señor dijo con voz de trueno: «¡Traigan a los hombres designados para castigar la ciudad! ¡Díganles que vengan con sus armas!».