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INMERSIÓN
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ORÍGENES
10:7-20
las casas de Egipto. ¡ Jamás en la historia de Egipto vieron tus antepasados
una plaga como esta!”». Después de decir esas palabras, Moisés dio media
vuelta y salió de la presencia del faraón.
Esta vez los funcionarios del faraón se le acercaron y le suplicaron:
«¿Hasta cuándo permitirás que este hombre nos tenga como rehenes?
¡Deja que los hombres se vayan a adorar al Señor su Dios! ¿Acaso no te
das cuenta de que Egipto está en ruinas?».
Entonces hicieron volver a M
oisés y a Aarón ante el faraón.
—Está bien —les dijo—, vayan a adorar al Señor su Dios. Pero ¿exactamente quiénes irán con ustedes?
—Iremos todos —contestó M
oisés—: jóvenes y mayores, nuestros
hijos y nuestras hijas, y nuestros rebaños y nuestras manadas. Debemos
unirnos todos para celebrar un festival al S eñor.
El faraón replicó:
—¡Verdaderamente necesitarán que el Señor esté con ustedes si dejo
que se lleven a sus hijos pequeños! Me doy cuenta de que tienen malas
intenciones. ¡ Jamás! Solo los hombres pueden ir a adorar al Señor, ya
que eso es lo que pidieron.
Entonces el faraón los echó del palacio.
Así que el Señor le dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre la tierra de
Egipto para que vengan las langostas. Que cubran la tierra y devoren todas
las plantas que sobrevivieron la granizada».
Moisés extendió su vara sobre Egipto, y el Señor hizo que un viento
del oriente soplara sobre el territorio todo ese día y también durante toda
la noche. A la mañana siguiente, el viento del oriente había traído las langostas. Estas invadieron toda la t ierra de Egipto en densos enjambres, y se
asentaron desde un extremo del territorio hasta el otro. Fue la peor plaga
de langostas en la historia de Egipto, y jamás hubo otra igual; pues las langostas cubrieron todo el reino y oscurecieron la tierra. Devoraron todas
las plantas del campo y todos los frutos de los árboles que sobrevivieron
al granizo. No quedó ni una sola hoja en los árboles ni en las plantas en
toda la t ierra de Egipto.
Entonces el faraón mandó llamar a M
oisés y a Aarón de inmediato. «He
pecado contra el Señor su D
ios y contra ustedes —les confesó—. Perdonen mi pecado una vez más, y rueguen al Señor su D
ios para que aleje de
mí esta muerte».
Moisés salió del palacio del faraón y rogó al S eñor. El Señor le respondió y cambió la dirección del viento, y el viento fuerte del occidente
se llevó las langostas y las echó en el mar Rojo. No quedó ni una sola langosta en toda la tierra de Egipto. Pero el Señor nuevamente endureció el
corazón del faraón, por lo cual no dejó salir al pueblo.
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