Inmersion Origenes - Flipbook - Página 117
É x odo
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Luego el Señor le dijo a M
oisés: «Mañana, levántate temprano y párate
delante del faraón cuando baje al río y dile: “Esto dice el Señor: ‘Deja ir
a mi pueblo para que me adore. Si te niegas, enviaré enjambres de moscas
sobre ti, tus funcionarios, tu gente y todas las casas. Los hogares egipcios se
llenarán de moscas, y el suelo quedará cubierto de ellas. Pero esta vez haré
una excepción con la región de Gosén, donde vive mi pueblo. Allí no habrá
moscas. Entonces sabrás que yo soy el Señor, y que estoy presente incluso
en el corazón de tu tierra. Haré una clara distinción entre mi pueblo y tu
pueblo. Esta señal milagrosa ocurrirá mañana’”».
Y el S eñor hizo tal como había dicho. Una densa nube de moscas llenó
el palacio del faraón y las casas de sus funcionarios. Todo el territorio de
Egipto entró en un estado de caos por causa de las moscas.
Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y a Aarón y les dijo:
—¡De acuerdo! Vayan y ofrezcan sacrificios a su Dios, pero háganlo
aquí, dentro del reino.
Pero M
oisés respondió:
—Eso no estaría bien. Los egipcios detestan los sacrificios que ofrecemos al S eñor nuestro D
ios. Si ofrecemos nuestros sacrificios a la vista
de ellos, nos apedrearán. Para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios,
tenemos que salir al desierto, a una distancia de tres días, tal como él nos
ordenó.
—Está bien, pueden ir —contestó el faraón—. Los dejaré ir al desierto
para ofrecer sacrificios al S eñor su D
ios, pero no se alejen demasiado.
Apúrense y oren por mí.
—En cuanto salga de tu presencia —le respondió Moisés—, oraré al
Señor, y mañana mismo la nube de moscas desaparecerá de ti, de tus funcionarios y de toda tu gente. Pero te advierto, faraón, no vuelvas a mentirnos o a engañarnos y luego negarte a dejar salir al pueblo para que ofrezca
sacrificios al Señor.
Entonces M
oisés salió del palacio del faraón y rogó al Señor que quitara
todas las moscas. El Señor hizo lo que Moisés pidió, y los enjambres de
moscas desaparecieron del faraón, de los funcionarios y de su gente. No
quedó ni una sola mosca. Pero el faraón volvió a ponerse terco y se negó
a dejar salir al pueblo.
«Preséntate de nuevo al faraón —le ordenó el S eñor a M
oisés— y dile:
“Esto dice el Señor, Dios de los hebreos: ‘Deja ir a mi pueblo para que
me adore’. Si continúas reteniéndolo y te niegas a dejarlo salir, la mano
del S eñor herirá a todos tus animales —caballos, b urros, camellos, ganado, ovejas y cabras— con una plaga mortal. Sin embargo, el Señor nuevamente hará una distinción entre los animales de los israelitas y entre
los de los egipcios. ¡No morirá ni un solo animal de Israel! El Señor ya
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