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INMERSIÓN
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MESÍAS
20:14–21:16
la tumba también entregaron sus muertos; y todos fueron juzgados según
lo que habían hecho. Entonces la muerte y la tumba fueron lanzadas al lago
de fuego. Este lago de fuego es la segunda muerte. Y todo el que no tenía
su nombre registrado en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Entonces vi un cielo nuevo y una t ierra nueva, porque el primer cielo y la
primera tierra habían desaparecido y también el mar. Y vi la ciudad santa,
la nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde la presencia de Dios,
como una novia hermosamente vestida para su esposo.
Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios
ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. D
ios
mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más
muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más».
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «¡Miren, hago nuevas todas
las cosas!». Entonces me dijo: «Escribe esto, porque lo que te digo es
verdadero y digno de confianza». También dijo: «¡Todo ha terminado!
Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. A todo el que tenga sed, yo
le daré a beber gratuitamente de los manantiales del agua de la vida. Los
que salgan vencedores heredarán todas esas bendiciones, y yo seré su Dios,
y ellos serán mis hijos.
»Pero los cobardes, los incrédulos, los corruptos, los asesinos, los que
cometen inmoralidades sexuales, los que practican la brujería, los que rin
den culto a ídolos y todos los mentirosos, tendrán su destino en el lago de
fuego que arde con azufre. Esta es la segunda muerte».
Entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas con las últi
mas siete plagas se me acercó y me dijo: «¡Ven conmigo! Te mostraré a la
novia, la esposa del Cordero».
Así que me llevó en el Espíritu a una montaña grande y alta, y me mos
tró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, desde la presencia
de Dios. Resplandecía de la gloria de D
ios y brillaba como una piedra
preciosa, como un jaspe tan transparente como el cristal. La muralla de la
ciudad era alta y ancha, y tenía doce puertas vigiladas por doce ángeles.
Los nombres de las doce tribus de I srael estaban escritos en las puertas.
Había tres puertas a cada lado: al oriente, al norte, al sur y al occidente. La
muralla de la ciudad estaba fundada sobre doce piedras, las cuales llevaban
escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
El ángel que hablaba conmigo tenía en la mano una vara de oro para
medir la ciudad, sus puertas y su muralla. Cuando la midió se dio cuenta de
que era cuadrada, que medía lo mismo de ancho que de largo. En realidad,
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