Inmersion Mesias - Flipbook - Página 509
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A p ocali p sis
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Luego me fue dada una vara para medir y me fue dicho: «Ve y mide el
templo de Dios y el altar, y cuenta el número de adoradores; pero no midas
el atrio exterior porque ha sido entregado a las naciones, las cuales pisotea
rán la ciudad santa durante cuarenta y dos meses. Mientras tanto yo daré
poder a mis dos testigos, y ellos se vestirán de tela áspera y profetizarán
durante esos 1260 días».
Estos dos profetas son los dos olivos y los dos candelabros que están
delante del Señor de toda la tierra. Si alguien trata de hacerles daño, sale
fuego de sus bocas y consume a sus enemigos. Así debe morir cualquiera
que intente hacerles daño. Ellos tienen el poder de cerrar los cielos para
que no llueva durante el tiempo que profeticen. También tienen el poder
de convertir los ríos y los mares en sangre, y de azotar la t ierra cuantas
veces quieran con toda clase de plagas.
Cuando los testigos hayan terminado de dar su testimonio, la bestia que
sube del abismo sin fondo declarará la guerra contra ellos, los conquistará
y los matará. Y sus cuerpos quedarán tendidos en la calle principal de Je
rusalén, la ciudad que simbólicamente se llama «Sodoma» y «Egipto»,
la ciudad en la cual su S eñor fue crucificado. Y durante tres días y medio,
todos los pueblos y todas las tribus, lenguas y naciones se quedarán mi
rando los cadáveres. A nadie se le permitirá enterrarlos. Los que pertene
cen a este mundo se alegrarán y se harán regalos unos a otros para celebrar
la muerte de los dos profetas que los habían atormentado.
Pero después de tres días y medio, D
ios sopló vida en ellos, ¡y se pusieron
de pie! El terror se apoderó de todos los que estaban mirándolos. Luego
una fuerte voz del cielo llamó a los dos profetas: «¡Suban aquí!». Entonces
ellos subieron al cielo en una nube mientras sus enemigos los veían.
En ese mismo momento, hubo un gran terremoto que destruyó la dé
cima parte de la ciudad. Murieron siete mil personas en el terremoto, y
todos los demás quedaron aterrorizados y le dieron la gloria al Dios del
cielo.
El segundo terror ya pasó, pero mira, el tercer terror viene pronto.
Entonces el séptimo ángel tocó su trompeta, y hubo fuertes voces que
gritaban en el cielo:
«Ahora el mundo ya es el reino de nuestro Señor y de su Cristo,
y él reinará por siempre y para siempre».
Los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de
Dios se postraron rostro en tierra y lo adoraron, diciendo:
«Te damos gracias, Señor Dios, el Todopoderoso,
el que es y que siempre fue,
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