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INMERSIÓN
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MESÍAS
18:9-26
Lo hizo para que se cumplieran sus propias palabras: «No perdí ni a uno
solo de los que me diste».
Entonces Simón Pedro sacó una espada y le cortó la oreja derecha a
Malco, un esclavo del sumo sacerdote. Pero J esús le dijo a Pedro: «Mete
tu espada en la vaina. ¿Acaso no voy a beber de la copa de sufrimiento que
me ha dado el Padre?».
Así que los soldados, el oficial que los comandaba y los guardias del
templo arrestaron a J esús y lo ataron. Primero lo llevaron ante Anás, ya que
era el suegro de Caifás, quien era sumo sacerdote en ese momento. Caifás
era el que les había dicho a los otros líderes judíos: «Es mejor que muera
un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo siguieron a Jesús. Ese otro discípulo conocía
al sumo sacerdote, así que le permitieron entrar con J esús al patio del sumo
sacerdote. Pedro tuvo que quedarse afuera, junto a la puerta. Entonces el
discípulo que conocía al sumo sacerdote habló con la mujer que cuidaba
la puerta, y ella dejó entrar a Pedro. La mujer le preguntó a Pedro:
—¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?
—No —le contestó Pedro—, no lo soy.
Como hacía frío, los sirvientes de la casa y los guardias habían hecho
una fogata con carbón. Estaban allí de pie, junto al fuego, calentándose, y
Pedro estaba con ellos, también calentándose.
Adentro, el sumo sacerdote comenzó a interrogar a Jesús acerca de sus
seguidores y de lo que les había estado enseñando. J esús contestó: «Todos
saben lo que enseño. He predicado con frecuencia en las sinagogas y en
el templo, donde se reúne el pueblo. No he hablado en secreto. ¿Por qué
me haces a mí esa pregunta? Pregúntales a los que me oyeron, ellos saben
lo que dije».
Entonces uno de los guardias del templo que estaba cerca le dio una
bofetada a J esús.
—¿Es esa la forma de responder al sumo sacerdote? —preguntó.
Jesús contestó:
—Si dije algo indebido, debes demostrarlo; pero si digo la verdad, ¿por
qué me pegas?
Entonces Anás ató a Jesús y lo envió a Caifás, el sumo sacerdote.
Mientras tanto, como Simón Pedro seguía de pie junto a la fogata calen
tándose, volvieron a preguntarle:
—¿No eres tú también uno de sus discípulos?
—No lo soy —negó Pedro.
Pero uno de los esclavos del sumo sacerdote, pariente del hombre al
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