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INMERSIÓN
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MESÍAS
12:37–13:5
A pesar de todas las señales milagrosas que Jesús había hecho, la mayoría
de la gente aún no creía en él. Eso era precisamente lo que el profeta Isaías
había predicho:
«Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?
¿A quién ha revelado el Señor su brazo poderoso?».
Pero la gente no podía creer, porque como también dijo Isaías:
«El Señor les ha cegado los ojos
y les ha endurecido el corazón,
para que sus ojos no puedan ver
y su corazón no pueda entender
y ellos no puedan volver a mí
para que yo los sane».
Isaías se refería a Jesús cuando dijo esas palabras, porque vio el futuro y
habló de la gloria del M
esías. Sin embargo, hubo muchos que sí creyeron
en él —entre ellos algunos líderes judíos—, pero no lo admitían por temor
a que los fariseos los expulsaran de la sinagoga, porque amaban más la
aprobación humana que la aprobación de Dios.
Jesús le gritó a la multitud: «Si confían en mí, no confían solo en mí,
sino también en Dios, quien me envió. Pues, cuando me ven a mí, están
viendo al que me envió. Yo he venido como una luz para brillar en este
mundo de oscuridad, a fin de que todos los que pongan su confianza en
mí no queden más en la oscuridad. No voy a juzgar a los que me oyen
pero no me obedecen, porque he venido para salvar al mundo y no para
juzgarlo. Pero todos los que me rechazan a mí y rechazan mi mensaje serán
juzgados el día del juicio por la verdad que yo he hablado. Yo no hablo con
autoridad propia; el P
adre, quien me envió, me ha ordenado qué decir y
cómo decirlo. Y sé que sus mandatos llevan a la vida eterna; por eso digo
todo lo que el Padre me indica que diga».
Antes de la celebración de la Pascua, Jesús sabía que había llegado su mo
mento para dejar este mundo y regresar a su Padre. Había amado a sus
discípulos durante el ministerio que realizó en la tierra y ahora los amó
hasta el final. Era la hora de cenar, y el diablo ya había incitado a Judas, hijo
de Simón Iscariote, para que traicionara a Jesús. Jesús sabía que el P
adre le
había dado autoridad sobre todas las cosas y que había venido de Dios y re
gresaría a D
ios. Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una
toalla a la cintura y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles
los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
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