Inmersion Mesias - Flipbook - Página 440
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INMERSIÓN
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MESÍAS
2:4-22
—Apreciada mujer, ese no es nuestro problema —respondió Jesús—.
Todavía no ha llegado mi momento.
Sin embargo, su madre les dijo a los sirvientes: «Hagan lo que él les
diga».
Cerca de allí había seis tinajas de piedra, que se usaban para el lavado
ceremonial de los judíos. Cada tinaja tenía una capacidad de entre setenta
y cinco a ciento trece litros. Jesús les dijo a los sirvientes: «Llenen las tina
jas con agua». Una vez que las tinajas estuvieron llenas, les dijo: «Ahora
saquen un poco y llévenselo al maestro de ceremonias». Así que los sir
vientes siguieron sus indicaciones.
Cuando el maestro de ceremonias probó el agua que ahora era vino,
sin saber de dónde provenía (aunque, por supuesto, los sirvientes sí lo
sabían), mandó a llamar al novio. «Un anfitrión siempre sirve el mejor
vino primero —le dijo—, y una vez que todos han bebido bastante, co
mienza a ofrecer el vino más barato. ¡Pero tú has guardado el mejor vino
hasta ahora!».
Esta señal milagrosa en Caná de Galilea marcó la primera vez que J esús
reveló su gloria. Y sus discípulos creyeron en él.
Después de la boda, se fue unos días a Capernaúm con su madre, sus
hermanos y sus discípulos.
Se acercaba la fecha de la celebración de la Pascua judía, así que Jesús fue a
Jerusalén. Vio que en la zona del templo había unos comerciantes que ven
dían ganado, ovejas y palomas para los sacrificios; vio a otros que estaban
en sus mesas cambiando dinero extranjero. Jesús se hizo un látigo con unas
cuerdas y expulsó a todos del templo. Echó las ovejas y el ganado, arrojó
por el suelo las monedas de los cambistas y les volteó las mesas. Luego se
dirigió a los que vendían palomas y les dijo: «Saquen todas esas cosas de
aquí. ¡Dejen de convertir la casa de mi Padre en un mercado!».
Entonces sus discípulos recordaron la profecía de las Escrituras que
dice: «El celo por la casa de Dios me consumirá».
Pero los líderes judíos exigieron:
—¿Qué estás haciendo? Si Dios te dio autoridad para hacer esto, mués
tranos una señal milagrosa que lo compruebe.
—De acuerdo —contestó J esús—. Destruyan este templo y en tres días
lo levantaré.
—¡Qué dices! —exclamaron—. Tardaron cuarenta y seis años en cons
truir este templo, ¿y tú puedes reconstruirlo en tres días?
Pero cuando Jesús dijo «este templo», se refería a su propio cuerpo.
Después que resucitó de los muertos, sus discípulos recordaron que había
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