Inmersion Mesias - Flipbook - Página 383
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M ateo
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»Ellos contestaron: “Porque nadie nos contrató”.
»El propietario les dijo: “Entonces vayan y únanse a los otros en mi
viñedo”.
»Aquella noche, le dijo al capataz que llamara a los trabajadores y les
pagara, comenzando por los últimos que había contratado. Cuando reci
bieron su paga los que habían sido contratados a las cinco de la tarde, cada
uno recibió el salario por una jornada completa. Cuando los que habían
sido contratados primero llegaron a recibir su paga, supusieron que reci
birían más; pero a ellos también se les pagó el salario de un día. Cuando
recibieron la paga, protestaron contra el propietario: “Aquellos trabajaron
solo una hora, sin embargo, se les ha pagado lo mismo que a nosotros, que
trabajamos todo el día bajo el intenso calor”.
»Él le respondió a uno de ellos: “Amigo, ¡no he sido injusto! ¿Acaso tú
no acordaste conmigo que trabajarías todo el día por el salario acostum
brado? Toma tu dinero y vete. Quise pagarle a este último trabajador lo
mismo que a ti. ¿Acaso es contra la ley que yo haga lo que quiero con mi
dinero? ¿Te pones celoso porque soy bondadoso con otros?”.
»Así que los que ahora son últimos, ese día serán los primeros, y los
primeros serán los últimos.
Mientras J esús subía a Jerusalén, llevó a los doce discípulos aparte y les
contó en privado lo que le iba a suceder. «Escuchen —les dijo—, subimos
a Jerusalén, donde el Hijo del Hombre será traicionado y entregado a los
principales sacerdotes y a los maestros de la ley religiosa. Lo condenarán
a muerte. Luego lo entregarán a los romanos para que se burlen de él, lo
azoten con un látigo y lo crucifiquen; pero al tercer día, se levantará de los
muertos».
Entonces la madre de Santiago y de Juan, hijos de Zebedeo, se acercó con
sus hijos a Jesús. Se arrodilló respetuosamente para pedirle un favor.
—¿Cuál es tu petición? —le preguntó Jesús.
La mujer contestó:
—Te pido, por favor, que permitas que, en tu reino, mis dos hijos se sien
ten en lugares de honor a tu lado, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús les respondió:
—¡No saben lo que piden! ¿Acaso pueden beber de la copa amarga de
sufrimiento que yo estoy a punto de beber?
—Claro que sí —contestaron ellos—, ¡podemos!
Jesús les dijo:
—Es cierto, beberán de mi copa amarga; pero no me c orresponde a mí
decir quién se sentará a mi derecha o a mi izquierda. Mi Padre preparó esos
lugares para quienes él ha escogido.
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