Inmersion Mesias - Flipbook - Página 38
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INMERSIÓN
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MESÍAS
8:46–9:9
Pero J esús dijo:
—Alguien me tocó a propósito, porque yo sentí que salió poder sanador
de mí.
Cuando la mujer se dio cuenta de que no podía permanecer oculta, co
menzó a temblar y cayó de rodillas frente a Jesús. A oídos de toda la mul
titud, ella le explicó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al
instante. «Hija —le dijo Jesús—, tu fe te ha sanado. Ve en paz».
Mientras él todavía hablaba con ella, llegó un mensajero de la casa de
Jairo, el líder de la sinagoga, y le dijo: «Tu hija está muerta. Ya no tiene
sentido molestar al Maestro».
Cuando Jesús oyó lo que había sucedido, le dijo a Jairo: «No tengas
miedo. Solo ten fe, y ella será sanada».
Cuando llegaron a la casa, J esús no dejó que nadie entrara con él excepto
Pedro, Juan, Santiago, y el padre y la madre de la niña. La casa estaba llena
de personas que lloraban y se lamentaban, pero Jesús dijo: «¡Dejen de
llorar! No está muerta; solo duerme».
La multitud se rió de él, porque todos sabían que había muerto. Enton
ces Jesús la tomó de la mano y dijo en voz fuerte: «¡Niña, levántate!». En
ese momento, le volvió la vida, ¡y se puso de pie enseguida! Entonces J esús
les dijo que le dieran de comer a la niña. Sus padres quedaron conmovidos,
pero Jesús insistió en que no le dijeran a nadie lo que había sucedido.
Cierto día, Jesús reunió a sus doce discípulos y les dio poder y autori
dad para expulsar a todos los demonios y sanar enfermedades. Luego los
envió para que anunciaran a todos acerca del reino de Dios y sanaran a
los enfermos. Les dio las siguientes instrucciones: «No lleven nada para
el viaje, ni bastón, ni bolso de viaje, ni comida, ni dinero, ni siquiera una
muda de ropa. Por todo lugar que vayan, quédense en la misma casa hasta
salir de la ciudad. Y si en algún pueblo se niegan a recibirlos, sacúdanse
el polvo de los pies al salir para mostrar que abandonan a esas personas
a su suerte».
Entonces ellos comenzaron su recorrido por las aldeas para predicar la
Buena N
oticia y sanar a los enfermos.
Cuando Herodes Antipas, el gobernante de Galilea, oyó hablar de todo lo
que Jesús hacía, quedó perplejo. Algunos decían que Juan el Bautista había
resucitado de los muertos. Otros pensaban que Jesús era Elías o algún otro
profeta, levantado de los muertos.
«Decapité a Juan —decía Herodes—, así que, ¿quién es este hombre de
quien oigo tantas historias?». Y siguió tratando de ver a Jesús.
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