Inmersion Mesias - Flipbook - Página 26
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INMERSIÓN
•
MESÍAS
4:26-44
terrible devastó la tierra. Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de
ellas. En cambio, lo enviaron a una extranjera, a una viuda de Sarepta en
la tierra de Sidón. También muchas personas en Israel tenían lepra en el
tiempo del profeta Eliseo, pero el único sanado fue Naamán, un sirio».
Al oír eso la gente de la sinagoga se puso furiosa. Se levantaron de un
salto, lo atacaron y lo llevaron a la fuerza hasta el borde del c erro sobre el
cual estaba construida la ciudad. Querían arrojarlo por el precipicio, pero
él pasó por en medio de la multitud y siguió su camino.
Después Jesús fue a Capernaúm, una ciudad de Galilea, y enseñaba en la
sinagoga cada día de descanso. Allí también la gente quedó asombrada de
su enseñanza, porque hablaba con autoridad.
Cierta vez que Jesús estaba en la sinagoga, un hombre poseído por un
demonio —un espíritu maligno— clamó, gritando: «¡Vete! ¿Por qué te
entrometes con nosotros, J esús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?
¡Yo sé quién eres: el S anto de Dios!».
Pero Jesús lo reprendió: «¡Cállate! —le ordenó—. ¡Sal de este hom
bre!». En ese mismo momento, el demonio arrojó al hombre al suelo
mientras la multitud miraba; luego salió de él sin hacerle más daño.
La gente, asombrada, exclamó: «¡Qué poder y autoridad tienen las pa
labras de este hombre! Hasta los espíritus malignos le obedecen y huyen
a su orden». Las noticias acerca de J esús corrieron por cada aldea de toda
la región.
Después de salir de la sinagoga ese día, Jesús fue a la casa de Simón, donde
encontró a la suegra de Simón muy enferma, con mucha fiebre. «Por favor,
sánala», le suplicaron todos. De pie junto a su cama, J esús reprendió a
la fiebre y la fiebre se fue de la mujer. Ella se levantó de inmediato y les
preparó una comida.
Esa tarde, al ponerse el sol, la gente de toda la aldea llevó ante J esús a
sus parientes enfermos. Cualquiera que fuera la enfermedad, el toque de
su mano los sanaba a todos. Muchos estaban poseídos por demonios, los
cuales salieron a su orden gritando: «¡Eres el H
ijo de D
ios!». Pero como
ellos sabían que él era el Mesías, los reprendió y no los dejó hablar.
Muy temprano a la mañana siguiente, Jesús salió a un lugar aislado. Las
multitudes lo buscaron por todas partes y, cuando por fin lo encontraron,
le suplicaron que no se fuera. Él les respondió: «Debo predicar la B
uena
Noticia del reino de Dios también en otras ciudades, porque para eso fui
enviado». Así que siguió recorriendo la región, predicando en las sinago
gas de toda Judea.
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