Inmersion Mesias - Flipbook - Página 215
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R omanos
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mandatos para matarme. Sin embargo, la ley en sí misma es santa, y sus
mandatos son santos, rectos y buenos.
¿Pero cómo puede ser? ¿Acaso la ley, que es buena, provocó mi muerte?
¡Por supuesto que no! El pecado usó lo que era bueno a fin de lograr mi
condena de muerte. Por eso, podemos ver qué terrible es el pecado. Se vale
de los buenos mandatos de Dios para lograr sus propios fines malvados.
Por lo tanto, el problema no es con la ley, porque la ley es buena y espi
ritual. El problema está en mí, porque soy demasiado humano, un esclavo
del pecado. Realmente no me entiendo a mí mismo, porque quiero hacer
lo que es correcto pero no lo hago. En cambio, hago lo que odio. Pero si
yo sé que lo que hago está mal, eso demuestra que estoy de acuerdo con
que la ley es buena. Entonces no soy yo el que hace lo que está mal, sino
el pecado que vive en mí.
Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa no existe nada
bueno. Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo
que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual
lo hago. Ahora, si hago lo que no quiero hacer, realmente no soy yo el que
hace lo que está mal, sino el pecado que vive en mí.
He descubierto el siguiente principio de vida: que cuando quiero hacer
lo que es correcto, no puedo evitar hacer lo que está mal. Amo la ley de
Dios con todo mi corazón, pero hay otro poder dentro de mí que está en
guerra con mi mente. Ese poder me esclaviza al pecado que todavía está
dentro de mí. ¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida
dominada por el pecado y la muerte? ¡Gracias a D
ios! La respuesta está en
Jesucristo nuestro Señor. Así que ya ven: en mi mente de verdad quiero
obedecer la ley de D
ios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy
esclavo del pecado.
Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús;
y porque ustedes pertenecen a él, el poder del Espíritu que da vida los ha
libertado del poder del pecado, que lleva a la muerte. La ley de M
oisés
no podía salvarnos, porque nuestra naturaleza pecaminosa es débil. Así
que Dios hizo lo que la ley no podía hacer. Él envió a su propio Hijo en
un cuerpo como el que nosotros los pecadores tenemos; y en ese cuerpo,
mediante la entrega de su H
ijo como sacrificio por nuestros pecados, D
ios
declaró el fin del dominio que el pecado tenía sobre nosotros. Lo hizo para
que se cumpliera totalmente la exigencia justa de la ley a favor de nosotros,
que ya no seguimos a nuestra naturaleza pecaminosa sino que seguimos
al Espíritu.
Los que están dominados por la naturaleza pecaminosa piensan en
cosas pecaminosas, pero los que son controlados por el E
spíritu S anto
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