Inmersion Mesias - Flipbook - Página 195
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G á latas
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De hecho, Santiago, Pedro y Juan —quienes eran considerados pilares
de la iglesia— reconocieron el don que Dios me había dado y nos acepta
ron a Bernabé y a mí como sus colegas. Nos animaron a seguir predicando
a los gentiles mientras ellos continuaban su tarea con los judíos. La única
sugerencia que hicieron fue que siguiéramos ayudando a los pobres, algo
que yo siempre tengo deseos de hacer.
Pero cuando Pedro llegó a Antioquía, tuve que enfrentarlo cara a cara,
porque él estaba muy equivocado en lo que hacía. Cuando llegó por pri
mera vez, Pedro comía con los creyentes gentiles, quienes no estaban cir
cuncidados; pero después, cuando llegaron algunos amigos de Santiago,
Pedro no quiso comer más con esos gentiles. Tenía miedo a la crítica de
los que insistían en la necesidad de la circuncisión. Como resultado, otros
creyentes judíos imitaron la hipocresía de Pedro, e incluso Bernabé se dejó
llevar por esa hipocresía.
Cuando vi que ellos no seguían la verdad del mensaje del evangelio, le
dije a Pedro delante de todos los demás: «Si tú, que eres judío de naci
miento, dejaste a un lado las leyes judías y vives como un gentil, ¿por qué
ahora tratas de obligar a estos gentiles a seguir las tradiciones judías?
»Tú y yo somos judíos de nacimiento, no somos “pecadores” como los
gentiles. Sin embargo, sabemos que una persona es declarada justa ante
Dios por la fe en Jesucristo y no por la obediencia a la ley. Y nosotros
hemos creído en Cristo J esús para poder ser declarados justos ante Dios
por causa de nuestra fe en Cristo y no porque hayamos obedecido la ley.
Pues nadie jamás será declarado justo ante Dios mediante la obediencia
a la ley».
Pero supongamos que intentamos ser declarados justos ante Dios por
medio de la fe en Cristo y luego se nos declara culpables por haber abando
nado la ley. ¿Acaso esto quiere decir que Cristo nos ha llevado al pecado?
¡Por supuesto que no! Más bien, soy un pecador si vuelvo a construir el
viejo sistema de la ley que ya eché abajo. Pues, cuando intenté obedecer
la ley, la ley misma me condenó. Así que morí a la ley —es decir, dejé de
intentar cumplir todas sus exigencias— a fin de vivir para D
ios. Mi antiguo
yo ha sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.
Así que vivo en este cuerpo terrenal confiando en el Hijo de Dios, quien
me amó y se entregó a sí mismo por mí. Yo no tomo la gracia de Dios como
algo sin sentido. Pues, si cumplir la ley pudiera hacernos justos ante D
ios,
entonces no habría sido necesario que Cristo muriera.
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