Inmersion Mesias - Flipbook - Página 129
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L U C A S – H echos
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Cuando empezó a amanecer, Pablo animó a todos a que comieran. «Us
tedes han estado tan preocupados que no han comido nada en dos sema
nas —les dijo—. Por favor, por su propio bien, coman algo ahora. Pues
no perderán ni un solo cabello de la cabeza». Así que tomó un poco de
pan, dio gracias a D
ios delante de todos, partió un pedazo y se lo comió.
Entonces todos se animaron y empezaron a comer, los doscientos setenta
y seis que estábamos a bordo. Después de comer, la tripulación redujo aún
más el peso del barco echando al mar la carga de trigo.
Cuando amaneció, no reconocieron la costa, pero vieron una bahía con
una playa y se preguntaban si podrían llegar a la costa haciendo encallar el
barco. Entonces cortaron las anclas y las dejaron en el mar. Luego soltaron
los timones, izaron las velas de proa y se dirigieron a la costa; pero choca
ron contra un banco de arena y el barco encalló demasiado rápido. La proa
del barco se clavó en la arena, mientras que la popa fue golpeada repetidas
veces por la fuerza de las olas y comenzó a hacerse pedazos.
Los soldados querían matar a los prisioneros para asegurarse de que no
nadaran hasta la costa y escaparan; pero el oficial al mando quería salvar a
Pablo, así que no los dejó llevar a cabo su plan. Luego les ordenó a todos
los que sabían nadar que saltaran por la borda primero y se dirigieran a
tierra firme. Los demás se sujetaron a tablas o a restos del barco destruido.
Así que todos escaparon a salvo hasta la costa.
Una vez a salvo en la costa, nos enteramos de que estábamos en la isla de
Malta. La gente de la isla fue muy amable con nosotros. Hacía frío y llovía,
entonces encendieron una fogata en la orilla para recibirnos.
Mientras Pablo juntaba una brazada de leña y la echaba en el fuego, una
serpiente venenosa que huía del calor lo mordió en la mano. Los habi
tantes de la isla, al ver la serpiente colgando de su mano, se decían unos a
otros: «¡Sin duda este es un asesino! Aunque se salvó del mar, la justicia
no le permitirá vivir»; pero Pablo se sacudió la serpiente en el fuego y
no sufrió ningún daño. La gente esperaba que él se hinchara o que cayera
muerto de repente; pero después de esperar y esperar y ver que estaba
ileso, cambiaron de opinión y llegaron a la conclusión de que Pablo era
un dios.
Cerca de la costa adonde llegamos, había una propiedad que pertenecía
a Publio, el funcionario principal de la isla. Él nos recibió y nos atendió
con amabilidad por tres días. Dio la casualidad de que el padre de Publio
estaba enfermo con fiebre y disentería. Pablo entró a verlo, oró por él, puso
sus manos sobre él y lo sanó. Entonces todos los demás enfermos de la
isla también vinieron y fueron sanados. Como resultado, nos colmaron de
honores y, cuando llegó el tiempo de partir, la gente nos proveyó de todo
lo que necesitaríamos para el viaje.
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