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L U C A S – H echos
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me demoré. Convoqué al tribunal el día siguiente y di órdenes para
que trajeran a Pablo, pero las acusaciones que hicieron en su contra no
correspondían a ninguno de los delitos que yo esperaba. En cambio, tenían
algo que ver con su religión y con un hombre muerto llamado J esús, quien
—según Pablo— está vivo. No sabía cómo investigar estas cuestiones, así
que le pregunté si él estaba dispuesto a ser juzgado por estos cargos en
Jerusalén; pero Pablo apeló al emperador para que resuelva su caso. Así
que di órdenes de que lo mantuvieran bajo custodia hasta que yo pudiera
hacer los arreglos necesarios para enviarlo al César.
—Me gustaría oír personalmente a ese hombre —dijo Agripa.
Y Festo respondió:
—¡Mañana lo oirás!
Así que, al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron al auditorio con
gran pompa, acompañados por oficiales militares y hombres prominentes
de la ciudad. Festo dio órdenes de que trajeran a Pablo. Después Festo
dijo: «Rey Agripa y los demás presentes, este es el hombre a quien todos
los judíos tanto aquí como en Jerusalén quieren ver muerto; pero en mi
opinión, él no ha hecho nada que merezca la muerte. Sin embargo, como
apeló al emperador, decidí enviarlo a Roma.
»¿Pero qué debo escribirle al emperador?, pues no hay ningún cargo
concreto en su contra. Así que lo he traído ante todos ustedes —especial
mente ante ti, rey Agripa— para tener algo que escribir después de que lo
interroguemos. ¡Pues no tiene sentido enviarle un prisionero al empera
dor sin especificar los cargos que hay en su contra!».
Entonces Agripa le dijo a Pablo: «Tienes permiso para hablar en tu
defensa».
Así que Pablo, haciendo una seña con la mano, comenzó su defensa:
«Me considero afortunado, rey Agripa, de que sea usted quien oye hoy
mi defensa en contra de todas estas acusaciones que han hecho los líderes
judíos, porque sé que usted es un experto en costumbres y controversias
judías. Ahora, por favor, escúcheme con paciencia.
»Como bien saben los líderes judíos, desde mi temprana infancia re
cibí una completa capacitación judía entre mi propia gente y también en
Jerusalén. Ellos saben, si quisieran admitirlo, que he sido miembro de los
fariseos, la secta más estricta de nuestra religión. Ahora se me juzga por la
esperanza en el cumplimiento de la promesa que Dios les hizo a nuestros
antepasados. De hecho, esta es la razón por la cual las doce tribus de Israel
adoran a Dios con celo día y noche, y participan de la misma esperanza que
yo tengo. Aun así, su majestad, ¡ellos me acusan por tener esta esperanza!
¿Por qué les parece increíble a todos ustedes que Dios pueda resucitar a
los muertos?
»Yo solía creer que mi obligación era hacer todo lo posible para
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