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L U C A S – H echos
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Cuando estaban por llevarlo adentro, Pablo le dijo al comandante:
—¿Puedo hablar con usted?
—¿¡Hablas griego!? —le preguntó el comandante, sorprendido—. ¿No
eres tú el egipcio que encabezó una rebelión hace un tiempo y llevó al
desierto a cuatro mil miembros del grupo llamado “Los Asesinos”?
—No —contestó Pablo—, soy judío y ciudadano de Tarso de Cilicia,
que es una ciudad importante. Por favor, permítame hablar con esta gente.
El comandante estuvo de acuerdo, entonces Pablo se puso de pie en
las escaleras e hizo señas para pedir silencio. Pronto un gran silencio
envolvió a la multitud, y Pablo se dirigió a la gente en su propia lengua,
en arameo.
«Hermanos y estimados padres —dijo Pablo—, escuchen mientras
presento mi defensa». Cuando lo oyeron hablar en el idioma de ellos, el
silencio fue aún mayor.
Entonces Pablo dijo: «Soy judío, nacido en Tarso, una ciudad de Ci
licia, y fui criado y educado aquí en Jerusalén bajo el maestro Gamaliel.
Como estudiante de él, fui cuidadosamente entrenado en nuestras leyes y
costumbres judías. Llegué a tener un gran celo por honrar a Dios en todo
lo que hacía, tal como todos ustedes hoy. Perseguí a los seguidores del
Camino, acosando a algunos hasta la muerte, y arresté tanto a hombres
como a mujeres para arrojarlos en la cárcel. El sumo sacerdote y todo el
consejo de ancianos pueden dar fe de que esto es cierto. Pues recibí car
tas de ellos, dirigidas a nuestros hermanos judíos en Damasco, las cuales
me autorizaban a encadenar a los seguidores del Camino de esa ciudad y
traerlos a Jerusalén para que fueran castigados.
»Cuando iba de camino, ya cerca de Damasco, como al mediodía, de
repente una intensa luz del cielo brilló alrededor de mí. Caí al suelo y oí
una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”.
»“¿Quién eres, señor?”, pregunté.
»Y la voz contestó: “Yo soy J esús de Nazaret, a quien tú persigues”. La
gente que iba conmigo vio la luz pero no entendió la voz que me hablaba.
»Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?”.
»Y el S eñor me dijo: “Levántate y entra en Damasco, allí se te dirá todo
lo que debes hacer”.
»Quedé ciego por la intensa luz y mis compañeros tuvieron que lle
varme de la mano hasta Damasco. Allí vivía un hombre llamado Ananías.
Era un hombre recto, muy devoto de la ley y muy respetado por todos los
judíos de Damasco. Él llegó y se puso a mi lado y me dijo: “Hermano Saulo,
recobra la vista”. Y, en ese mismo instante, ¡pude verlo!
»Después me dijo: “El D
ios de nuestros antepasados te ha escogido
para que conozcas su voluntad y para que veas al Justo y lo oigas hablar.
Pues tú serás su testigo; les contarás a todos lo que has visto y oído. ¿Qué
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