Inmersion Mesias - Flipbook - Página 117
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L U C A S – H echos
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tristes principalmente porque les había dicho que nunca más volverían a
verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco.
Después de despedirnos de los ancianos de Éfeso, navegamos directa
mente a la isla de Cos. Al día siguiente, llegamos a Rodas y luego fuimos
a Pátara. Allí abordamos un barco que iba a Fenicia. Divisamos la isla de
Chipre, la pasamos por nuestra izquierda y llegamos al puerto de Tiro, en
Siria, donde el barco tenía que descargar.
Desembarcamos, encontramos a los creyentes del lugar y nos quedamos
con ellos una semana. Estos creyentes profetizaron por medio del E
spíritu
Santo, que Pablo no debía seguir a Jerusalén. Cuando regresamos al barco
al final de esa semana, toda la congregación, incluidos las mujeres y los
niños, salieron de la ciudad y nos acompañaron a la orilla del mar. Allí nos
arrodillamos, oramos y nos despedimos. Luego abordamos el barco y ellos
volvieron a casa.
Después de dejar Tiro, la siguiente parada fue Tolemaida, donde saluda
mos a los hermanos y nos quedamos un día. Al día siguiente, continuamos
hasta Cesarea y nos quedamos en la casa de Felipe el evangelista, uno de
los siete hombres que habían sido elegidos para distribuir los alimentos.
Tenía cuatro hijas solteras, que habían recibido el don de profecía.
Varios días después, llegó de Judea un hombre llamado Ágabo, quien
también tenía el don de profecía. Se acercó, tomó el cinturón de Pablo y se
ató los pies y las manos. Luego dijo: «El E
spíritu Santo declara: “De esta
forma será atado el dueño de este cinturón por los líderes judíos en Jeru
salén y entregado a los gentiles”». Cuando lo oímos, tanto nosotros como
los creyentes del lugar le suplicamos a Pablo que no fuera a Jerusalén.
Pero él dijo: «¿Por qué todo este llanto? ¡Me parten el corazón! Yo estoy
dispuesto no solo a ser encarcelado en Jerusalén, sino incluso a morir por
el Señor J esús». Al ver que era imposible convencerlo, nos dimos por ven
cidos y dijimos: «Que se haga la voluntad del Señor».
Después de esto, empacamos nuestras cosas y salimos hacia Jerusalén. Al
gunos creyentes de Cesarea nos acompañaron y nos llevaron a la casa de
Mnasón, un hombre originario de Chipre y uno de los primeros creyen
tes. Cuando llegamos, los hermanos de Jerusalén nos dieron una calurosa
bienvenida.
Al día siguiente, Pablo fue con nosotros para encontrarnos con Santiago,
y todos los ancianos de la iglesia de Jerusalén estaban presentes. Después
de saludarlos, Pablo dio un informe detallado de las cosas que Dios había
realizado entre los gentiles mediante su ministerio.
Después de oírlo, alabaron a Dios. Luego dijeron: «Tú sabes, querido
hermano, cuántos miles de judíos también han creído, y todos ellos siguen
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