Inmersion Mesias - Flipbook - Página 114
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INMERSIÓN
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MESÍAS
19:20-37
Y el mensaje acerca del Señor se extendió por muchas partes y tuvo un
poderoso efecto.
Tiempo después Pablo se vio obligado por el Espíritu a pasar por Mace
donia y Acaya antes de ir a Jerusalén. «Y, después de eso —dijo—, ¡tengo
que ir a Roma!». Envió a sus dos asistentes, Timoteo y Erasto, a que se
adelantaran a Macedonia mientras que él se quedó un poco más de tiempo
en la provincia de Asia.
Por ese tiempo, se generó un grave problema en Éfeso con respecto al
Camino. Comenzó con Demetrio, un platero que tenía un importante ne
gocio de fabricación de templos de plata en miniatura de la diosa griega
Artemisa. Él les daba trabajo a muchos artesanos. Los reunió a todos, junto
con otros que trabajaban en oficios similares y les dirigió las siguientes
palabras:
«Caballeros, ustedes saben que nuestra riqueza proviene de este ne
gocio. Pero, como han visto y oído, este tal Pablo ha convencido a mucha
gente al decirles que los dioses hechos a mano no son realmente dioses;
y no solo lo ha hecho en Éfeso, ¡sino por toda la provincia! Por supuesto
que no solo hablo de la pérdida del respeto público para nuestro negocio.
También me preocupa que el templo de la gran diosa Artemisa pierda su
influencia y que a Artemisa —esta magnífica diosa adorada en toda la pro
vincia de Asia y en todo el mundo— ¡se le despoje de su gran prestigio!».
Al oír esto, montaron en cólera y comenzaron a gritar: «¡Grande es Ar
temisa de los efesios!». Pronto toda la ciudad se llenó de confusión. Todos
corrieron al anfiteatro, arrastrando a Gayo y Aristarco, los compañeros de
viaje de Pablo, que eran macedonios. Pablo también quiso entrar, pero
los creyentes no lo dejaron. Algunos de los funcionarios de la provincia,
amigos de Pablo, también le enviaron un mensaje para suplicarle que no
arriesgara su vida por entrar en el anfiteatro.
Adentro era un griterío; algunos gritaban una cosa, y otros otra. Todo
era confusión. De hecho, la mayoría ni siquiera sabía por qué estaba allí.
Los judíos de la multitud empujaron a Alejandro hacia adelante y le dije
ron que explicara la situación. Él hizo señas para pedir silencio e intentó
hablar; pero cuando la multitud se dio cuenta de que era judío, empezaron
a gritar de nuevo y siguieron sin parar como por dos horas: «¡Grande es
Artemisa de los efesios! ¡Grande es Artemisa de los efesios!».
Por fin, el alcalde logró callarlos lo suficiente para poder hablar.
«Ciudadanos de Éfeso —les dijo—, todos saben que la ciudad de Éfeso
es la guardiana oficial del templo de la gran Artemisa, cuya imagen nos
cayó del cielo. Dado que esto es un hecho innegable, no deberían perder
la calma ni hacer algo precipitado. Ustedes han traído a estos hombres
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