Biblia de estudio Swindoll | Evangelio de Juan - Flipbook - Página 23
JUAN 8:12
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«¿Dónde están
los que te acusaban?»
JUAN 8:1-11
LOS LÍD E RES R ELIGIOS OS pensaban que habían diseñado la trampa perfecta.
Confrontaron a Jesús en público con un dilema del que estaban seguros de que Él no
podría salvarse. Presentaron a una mujer que habían sorprendido en el acto mismo de
adulterio. Entonces le preguntaron qué se debía hacer con ella.
Jesús, parado en silencio y estudiando toda la escena, no pasó
La única
por alto ningún indicio. ¿Cómo podía haberse llevado a cabo esto
persona en la
sin una trampa de por medio? ¿Cómo la habrían sorprendido «en el
acto de adulterio» (Jn 8:3-4)? ¿Dónde estaba su compañero en este
tierra calificada
acto? ¿No había cometido adulterio él también?
para condenar
Habían acorralado a Jesús, pensaban ellos, dejándole solo dos
respuestas posibles, creyendo que con cualquiera de ellas saldría
a la mujer en su
perdiendo. Primera, si Él declaraba: «Sí, apedréenla», entonces ellos
vergüenza no
podrían decir que era un hipócrita, porque Él enseñaba a Sus seguidores a buscar la compasión, el perdón, el amor y la gracia. Además,
lo hizo.
podrían entregarlo a los funcionarios romanos, porque solo el gobierno
romano podía hacer juicios finales en asuntos de pena capital.
La segunda posibilidad era que Él podía decir: «No, déjenla ir». Entonces ellos lo acusarían
de violar la ley de Moisés y condonar el adulterio.
Antes de que leamos la respuesta de Jesús, observemos Sus acciones. Juan 8:6 nos
dice que Jesús «se inclinó y escribió con el dedo en el polvo».
Esta es la única vez en todas las Escrituras en la que se nos dice que Jesús escribió algo.
¿Será posible que, en ese momento, sin decir una sola palabra, Él simplemente se detuvo y
comenzó a escribir, en letras suficientemente grandes como para que los líderes religiosos
pudieran leerlas, los pecados de los que ellos mismos eran culpables? ¿Quién sabe?
Sin decir ni una palabra, Él escribió. Luego se puso de pie. El silencio se rompió cuando
vio los rostros santurrones de los líderes religiosos y dijo: «¡Muy bien, pero el que nunca
haya pecado que tire la primera piedra!» (Jn 8:7). Entonces volvió a inclinarse y escribió un
poco más en el polvo.
Imagina la tensión mientras los líderes religiosos se miraban unos a otros. Se dieron
cuenta de que si alguno de ellos recogía una piedra, y así se declaraba sin pecado, ¡los otros
tendrían algo que decir al respecto! Así que, «al oír eso, los acusadores se fueron retirando
uno tras otro, comenzando por los de más edad» (Jn 8:9). Supongo que los mayores se
fueron primero porque sus listas de pecados eran más largas que las de los más jóvenes, y
tal vez porque su madurez los ayudó a ver esos pecados con más claridad. Mientras estaban
allí de pie, dando un repaso a sus vidas, dejaron caer sus piedras y se fueron.
Jesús, habiendo despedido a los acusadores, entonces se volteó hacia la mujer.
«¿Dónde están los que te acusaban?», preguntó. «¿Ni uno de ellos te condenó?» (Jn 8:10).
Las únicas palabras que se registran de esta mujer se ubican en el versículo siguiente,
donde ella simplemente dice: «Ni uno, Señor».
A esas palabras les sigue Su maravillosa respuesta: «Yo tampoco. [...] Vete y no peques
más» (Jn 8:11).
La única persona en la tierra calificada para condenar a la mujer en su vergüenza no lo
hizo. Y yo creo que por primera vez en su vida, ella dejó de condenarse a sí misma.
Eso es lo que Jesús hace por nosotros. Él no viene a condenar; Él viene a salvar. Cuando
experimentamos Su salvación, nuestra gratitud nos hace querer irnos y no pecar más.