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INMACULADA EGIDO GÁLVEZ / TRANSFORMAR EL CENTRO ESCOLAR EN UNA COMUNIDAD
En la práctica, la construcción de relaciones positivas entre las familias
y los centros escolares en este tipo de contextos puede ayudarnos a superar la visión determinista que subyace a las teorías de la reproducción
social, en las que se enfatizan las asociaciones entre el nivel socioeconómico de los padres y el rendimiento escolar, puesto que abre la posibilidad
de emprender acciones que contribuyan a romper la espiral según la cual
el fracaso escolar se transmite de generación en generación (Grañeras, et
al., 2011; Redding et al., 2004). Para ello, no obstante, es preciso reconocer
que las escuelas que atienden a las poblaciones más desaventajadas deben
invertir más tiempo, esfuerzo y compromiso que las restantes en hacer
conscientes a las familias y al propio profesorado de los beneocios que se
derivan de una cooperación adecuada y trabajar por ella (OECD, 2012).
A este respecto, el liderazgo LEI lleva a cabo acciones para involucrar
de manera signiocativa a las familias en la vida del centro. Para ello, se
procura transformar la perspectiva de déocit en una perspectiva de valor, reconociendo la experiencia de los progenitores y los miembros de la
comunidad y apoyando al profesorado en la construcción de relaciones
auténticas con las familias. En la línea de las altas expectativas para todos
que caracteriza al modelo LEI, los profesores necesitan creer que las familias pueden contribuir a marcar una diferencia importante en el éxito
escolar de los alumnos y que cuentan para ello con conocimientos y habilidades que merecen ser valoradas.
En concreto, desde este modelo de liderazgo las relaciones con las familias se orientan en dos direcciones complementarias. Por una parte, se
trata de diseñar estrategias y planes de acción destinados a implicar a las
familias. Por otra, en paralelo, es preciso luchar contra las barreras que
obstaculizan la implicación de los padres en la escuela.
Por lo que se reoere a las estrategias para lograr una adecuada relación
con las familias, se parte de que es el centro escolar el que se encuentra en
una mejor posición para favorecer la colaboración, por lo que es este el
que debe dar los primeros pasos, diseñando programas especíocos de trabajo incardinados dentro del propio proyecto educativo (Epstein, 2001).
Esos programas deben destinarse a impulsar la participación familiar y a
reforzar, o, cuando sea necesario, a inducir modalidades de colaboración
efectiva que se extiendan a la totalidad de las familias. Para ello, a menudo, pequeñas prácticas y gestos simbólicos, como la comunicación de
carácter informal entre padres y profesorado, la invitación a eventos escolares, el desarrollo de actividades educativas o de ocio de carácter participativo, pueden ser una vía efectiva para comenzar a establecer relaciones
de conoanza y diálogo que contribuyan a romper las barreras que suelen
existir entre las familias y los docentes (Beneyto et al., 2019; Egido y Bertrán, 2017).
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