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FUNDAMENTO TEÓRICO DEL PROGRAMA LIDERAZGO PARA UNA EDUCACIÓN INTEGRAL / SEGUNDA PARTE
en la que las relaciones sociales se encuentren abiertas al exterior, permitiendo la participación en la misma de cualquiera que esté en situación de
poder formar parte de ella (Weber, 1946).
En este marco de apertura, resulta especialmente relevante la colaboración del centro con las familias, ya que familia y escuela constituyen dos
contextos de aprendizaje de importancia primordial y ambos comparten
el objetivo y la responsabilidad de educar a la persona (Esteban Villar et al.,
2019). Si en el pasado habitualmente se establecía una división precisa entre
los ámbitos familiar y escolar en la educación, basada en la diferenciación
de las funciones que correspondía a cada uno de ellos, los cambios sociales
experimentados en los últimos tiempos han hecho que esa división se haya
ido desdibujando progresivamente. Además, las teorías ecológicas sobre el
desarrollo humano, formuladas por autores como Bronfenbrenner (1979,
1986), plantean que no es posible comprender los procesos de desarrollo infantil sin tener en cuenta la multiplicidad de factores interconectados que
caracterizan el contexto en el que vive la persona. No basta, por tanto, entender qué factores ejercen su innuencia sobre niños y jóvenes, sino que resulta
necesario conocer la interconexión que se produce entre ellos en los distintos ámbitos en los que estos se desenvuelven. Ni la familia ni la escuela pueden afrontar en solitario el reto que supone la educación en nuestros días y,
por ello, es fundamental plantear las relaciones familia-escuela en términos
de complementariedad y colaboración (Egido, 2015).
De hecho, la investigación ha aportado numerosas evidencias del impacto positivo que tiene una adecuada relación entre la familia y la escuela en el logro académico de los alumnos (Castro et al., 2014; Desforges
y Abouchaar, 2003; Rodríguez-Santero y Gil Flores, 2018). Pero, además,
también ha puesto de manioesto su relevancia en relación con otras variables, como el comportamiento de los estudiantes en el centro escolar, sus
hábitos de estudio, su autoestima y su motivación hacia el aprendizaje
(Egido, 2015). En el caso concreto de los contextos en desventaja, como
los que atiende LEI, las evidencias apuntan a que se trata de una cuestión
especialmente determinante, ya que la colaboración efectiva entre familia y escuela se perola como una de las claves para conseguir el éxito escolar, a pesar de los pronósticos adversos que existen para este alumnado
(Crozier, 2012; Llorent et al., 2015; Reynolds, 2005). De hecho, los resultados de esta línea de investigación han conducido a que la búsqueda de
estrategias para conseguir la cooperación de las familias en las escuelas
desaventajadas se haya convertido en una prioridad en las políticas educativas orientadas a la equidad en los pasados años y son muchos los sistemas escolares que desarrollan acciones dirigidas especíocamente a las
familias inmigrantes, pertenecientes a minorías étnicas o con menores
recursos (Egido, 2014).